"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

domingo, 17 de noviembre de 2013

Elitismo o democracia


Allegados de Josep Pla (1987-1981) cuentan que, hacia el final del Franquismo, cuando se le preguntaba por un eventual advenimiento de la democracia, el escritor catalán reaccionaba soliviantado frente a lo que prácticamente consideraba una ofensa: “¿Qué se creen, el poder para el pueblo? ¡Sólo faltaba que el pueblo tuviera poder!”[1] El discurso del de Palafrugell entronca, doscientos años mediante, con el del primer gran teórico del elitismo: Edmund Burke (1729-1797). El pensador dublinés, dirigiéndose a los electores de Bristol en 1774, explicaba:

“Es su deber [el de los representantes] sacrificar su propio descanso, su bienestar y sus placeres a los de ellos [los representados]; y sobre todo, siempre y en toda ocasión, ha de anteponer los intereses de ellos a los suyos propios. Ahora bien, ni su criterio imparcial, ni su experimentado juicio y conciencia perspicaz debe sacrificarlos ante vosotros, ni ante persona ni grupo alguno. Estos atributos no dependen de vuestra satisfacción, ni de la ley ni de la constitución. Son una concesión de la Providencia, por cuyo abuso deberá rendir cumplida cuenta”[2].

Confirmaba poco menos que el voto había sido un requisito prescindible y, al apelar al “experimentado juicio y conciencia perspicaz” de los representantes, sentaba la base de lo que décadas más tarde sería dado a conocer como ‘las teorías elitistas de la democracia’. El catedrático de Filosofía de Derecho Ignacio Sánchez Cámara expone que las mismas “afirman la existencia de minorías especialmente aptas o cualificadas[3] para ejercer la representación, una aseveración que únicamente adolece de la apelación a Dios para pasar por obra de Burke.

Otro autor, heredero heterodoxo de Edmund Burke, fue James Madison (1751-1836). Hanna Pitkin, quien en su tesis doctoral estudió con hondura la representación bajo la supervisión de Sheldon Wolin y John Schaar (1928-2011), atribuía a los autores de El Federalista (entre ellos el que fuera el cuarto presidente en la historia de los Estados Unidos) la siguiente premisa: “Un gobierno representativo es un dispositivo que se adopta debido a la imposibilidad de reunir a grandes cantidades de gente en un solo lugar”[4]. Ello suponía una nueva piedra en el camino de la construcción teórica del elitismo.

A pesar de que Madison –a diferencia de Burke– no consideraba que el representante conociera los intereses del representado mejor que él mismo, sí planteaba que es capaz de conocer suficientemente bien los intereses de sus votantes como para perseguirlos[5]. Dicho en otros términos, los representantes, que deben existir dada la necesaria naturaleza del gobierno representativo, están dotados nuevamente de “experimentado juicio y conciencia perspicaz” para interpretar los verdaderos intereses (en terminología madisoniana) de los electores:

“Los representantes serán hombres superiores y desapasionados que deliberan sosegadamente a la luz de la razón, y rehusándose a dar pasos a los facciosos deseos de sus electores”[6].

Los postulados del conservador Burke y del federalista Madison no solamente demuestran que existieron autores previos a los conocidos como ‘elitistas clásicos’[7], los ‘elitistas democráticos’[8] y los críticos de la sociedad de masas[9]; sino que habrían de sentar la base de los planteamientos que desarrollarían todos ellos, a saber: la valoración positiva de las élites, la lucha por el poder detentado por una minoría, el papel negativo atribuido a las masas o la prevención contra los excesos de la democracia[10].

Sin embargo, no todas las voces trabajan en la misma dirección. Así, por ejemplo, un joven profesor universitario llamado Víctor Alonso Rocafort parte de la misma premisa que los pensadores elitistas –“Somos radicalmente distintos. Todos y todas”[11]– para plantear, no obstante, todo lo contrario: “En democracia corresponde a la ciudadanía discutir las leyes, deliberar conjuntamente sobre ellas y decidir”[12]. Donde aquéllos sugieren delegar en “los menos” (como diría Ignacio Sánchez Cámara) las cuestiones que atañen a la política, otros proponen profundizar en los mecanismos democráticos. Ambas corrientes de pensamiento, tanto la de los elitistas como la de Alonso Rocafort, forman parte de un enconado debate en torno al modo de establecer quiénes ostentan la facultad de dirigir el Gobierno de los ciudadanos: aquélla restringida y selecta, ésta plural y abierta.


Si entendemos la soberanía como el “poder final e ilimitado que rige, en consecuencia, la comunidad política[13], quizá se comprenda con mayor claridad que la discusión es una disputa en base a dónde ubicarla. Dadas las dos opciones, hay quien prioriza a “los mejores desde el punto de vista intelectual y moral, aquéllos en quienes el espíritu humano alcanza su plenitud[14]; y hay quien, por el contrario, es partidario de un planteamiento normativo de la democracia, tratando de justificar por qué un sistema político recibe tal nombre.

Ocurre, empero, que “la permanencia o conquista del poder político por parte de un grupo reducido que cuenta además con una posición social de privilegio por razones culturales, familiares y, sobre todo, económicas”[15] se define como ‘oligarquía’. Y se convendrá conmigo en que el régimen que actualmente ostenta España está más cercano del oligárquico que de la ilusoria “forma de gobierno donde la autoridad se ejerce por una mayoría de los miembros de una comunidad política”[16] denominada ‘democracia’.

Independientemente del nombre que reciba el sistema político, resulta macabro comprobar cómo el círculo se cierra a favor de los poderosos. En democracia la legitimación del poder procede del voto expresado a través del juego electoral en el que la voluntad popular escoge a sus representantes; sin embargo, ‘élite’ procede del término francés ‘élire’, cuya traducción en español es (sin casualidad) ‘elegir’, del que deriva ‘elección’. Parafraseando al presidente Bill Clinton, es la etimología, estúpidos.

Atrapados en una democracia elitizada que se justifica aupando a “los pocos”[17] (aunque existan ligeras dudas acerca de su “plenitud de espíritu”) en cada toque de corneta electoral, la alternativa es trabajar para que el poder de “los muchos”[18] no se convierta en oclocracia, esto es, la “forma de gobierno caracterizada por ser la masa, generalmente inculta la que ostenta y ejerce el poder político”[19]. Un régimen, por tanto, donde el pueblo, para disgusto del bueno de Josep Pla, ostentara una soberanía consciente y responsable.

Todo lo anterior podría complejizarse si se advierte que, según plantean autores de la talla de Hannah Arendt o Javier Roiz, somos “seres sin soberanía; incapaces de gobernarnos a nosotros mismos; en una palabra, personas sin el autogobierno de la conciencia”[20]. Pero ésta, la de la soberanía individual, es otra historia.  



[1] Imprescindibles – Josep Pla; Radio Televisión Española; 22 de abril de 2011; min: 50:43-50:47. En línea: http://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-josep-pla/1081189/ (Última visita 16 de noviembre de 2013).
[2] BURKE, Edmund: Revolución y descontento. Selección de escritos políticos; CEPC; Madrid; 2008; p. 90. En línea: http://constitucionweb.blogspot.com.es/2010/12/discurso-los-electores-de-bristol.html (Última visita 16 de noviembre de 2013).
[3] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio: “Minorías selectas, liberalismo y democracia”. En línea: http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/026/Num026_005.pdf (Última visita 16 de noviembre de 2013).
[4] PITKIN, Hanna: El concepto de representación; CEPC; Madrid; 1985; p. 212.
[5] Ibídem; pp. 218-219.
[6] Ibídem; pp. 214-215.
[7] Vilfredo Pareto (1848-1923), Gaetano Mosca (1858-1941) y Robert Michels (1876-1936).
[8] Joseph Schumpeter (1883-1950), Giovanni Sartori, Max Weber (1864-1920), John Plamenatz (1912-1975) y William Kornhauser (1915-2001).
[9] David Riesman (1909-2002), José Ortega y Gasset (1883-1955), Max Scheler (1874-1928) y Karl Mannheim (1893-1947).
[10] La ‘tiranía de la mayoría’ que tanto temía James Madison, por ejemplo.
[11] ALONSO ROCAFORT, Víctor: “Disciplina, democracia y partidos”; Eldiario.es; 15 de noviembre de 2013. En línea http://www.eldiario.es/zonacritica/Disciplina-democracia-partidos_6_195690440.html (Última visita 16 de noviembre de 2013).
[12] ALONSO ROCAFORT, Víctor: “Expertos, objetividad y odio a la democracia”; Eldiario.es; 9 de junio de 2013. En línea: http://www.eldiario.es/zonacritica/Expertos-objetividad-odio-democracia_6_139346083.html (Última visita 16 de noviembre de 2013).
[13] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales de Ciencia política; Alianza Editorial; Madrid; 1998; p. 118.
[14] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio: “Minorías selectas, liberalismo y…” Op. Cit; p. 3.
[15] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales… Op. Cit; p. 84.
[16] Ibídem; p. 34.
[17] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio: “Minorías selectas, liberalismo y…” Op. Cit; p. 1.
[18] Ibídem.
[19] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales… Op. Cit; p. 84.
[20] ROIZ, Javier: El mundo interno y la política; Plaza y Valdés; 2013; p. 284.

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