"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

domingo, 1 de abril de 2012

Un marzo con Bergman



Ingmar Bergman nació en Suecia en 1918, hijo de un severo pastor luterano. En su casa los castigos fueron moneda de cambio habitual, lo cual forjó en el joven Ingmar el carácter rebelde que marcaría su filmografía posterior. Afirma que fue uno de estos castigos el que le llevó a interesarse por el arte audiovisual, historia que refleja en La hora del lobo por voz de Max von Sydow: cuando contaba con pocos años de edad lo metieron en un armario a oscuras donde, según sus mayores, habitaban ratas que mordisqueaban los dedos de los pies a los niños que habían hecho cosas malas, encontrando para su alivio una linterna con la que permaneció alumbrando cada rincón hasta que lo liberaron. Después de aquello vino el proyector y, más tarde, la Historia.

El carácter netamente religioso que su padre había imprimido al hogar durante la infancia lo llevaron a reflexionar sobre Dios quizás con un grado de complejidad que no ha alcanzado ningún otro creador fílmico. De esta búsqueda constante de la presencia divina nacen El séptimo sello, obra cumbre de la cinematografía universal, y la trilogía del silencio de Dios: Como en un espejo, El silencio y Los comulgantes. Las meditaciones metafísicas de Bergman lo condujeron en casos como Gritos y susurros a detestar su falta de Fe y plasmar su deseo de devoción en la protagonista de esta película, que ante la proximidad de su muerte se ha convertido en una crédula creyente. Él se siente incapaz de creer, por lo que inventa un álter ego que ante una situación vital extrema idolatra al Eterno. Creo que esta obsesión con Dios es solo comparable a la que siente por el amor, fruto de los remordimientos que lo acompañaron toda la vida debido a las dificultades que encontró para mantenerse fiel a sus distintas esposas. La tensión marital, la arrogancia del marido frente a la esposa o la benevolencia con que ésta trata a aquél han quedado reflejadas en Secretos de un matrimonio, De la vida de las marionetas o Saraband. En todas ellas es notoria la profundidad con que realiza el análisis del perfil psicológico de los personajes, aspecto tan apreciable como difícil de encontrar en el cine comercial contemporáneo. Es probable que semejante circunstancia venga facilitada por el alto grado de correspondencia autobiográfica de estas historias: es complicado encontrar un director tan marcado por su infancia y tan fielmente autobiográfico como él.

Porque lo primero que llama la atención de las películas de Bergman es la sensación que transmiten de ser un trabajo en equipo. Él mismo reconoce que a lo largo de su dilatada carrera cinematográfica ha contado únicamente con tres operadores de cámara, pero nosotros a quienes vemos son a ese grupo de actores que se repiten cinta tras cinta a lo largo de los años y que hacen de forma inmejorable su trabajo. Max von Sydow, Gunnar Björnstrand y Erland Joshepson han sido su trío fetiche de actores masculinos y aún estoy por ver un fallo en la interpretación de alguno de ellos: por muy diferentes que fueran sus papeles estos tres señores en cada uno de ellos eran el ser más creíble que se puede imaginar. Sin embargo, como en toda regla siempre debe haber excepciones y ésta la cometió eligiendo a David Carradine como protagonista de El huevo de la serpiente, cuya actuación se me antoja a varios años luz de un director que demuestra semejante nivel. A pesar de su maestría con los actores, donde Bergman alcanza la excelencia es en el trato que hace del universo femenino, sensibilidad que han elevado al grado de efemérides actrices como Harriet Andersson, Ingrid Thulin, Bibi Andersson o Liv Ullmann. Con levísimas excepciones (Pasión, De la vida de las marionetas) la historia siempre está contada desde el punto de vista de estas mujeres, lo que permite un lucimiento sin igual de sus intérpretes. Es sobradamente conocido la predilección que siente el creador sueco por las féminas (sus numerosos matrimonios y algún hijo extramatrimonial dan fe de ello), de ahí que sea una tónica constante la aparición de un personaje femenino llamado Karin, como su madre, admiración que dejó patente en un corto llamado El rostro de Karin. Otro rasgo característico de sus películas es el de colocar a dos personajes mirando en dirección a la cámara mientras mantienen un diálogo, uno de ellos en primer plano y el segundo detrás, de forma que podemos ver los gestos de ambos, generalmente muy expresivos por otro lado.


Si bien esta particular colocación de los actores frente al objetivo es propio de Bergman, ¡qué decir de sus primeros planos! Los monólogos del final de La hora del lobo de Liv Ullmann y el de Ingrid Thulin en Los comulgantes son, aun con toda su grandeza, casi aperitivos si tenemos en cuenta lo que vemos en Persona, donde precisamente los perfiles de Ullmann y de Bibi Andersson terminan fusionándose en una misma cara. Hablando de caras, es famosa la admiración que Woody Allen siente por Bergman, pero en algún caso ha llegado a tal punto que es difícil diferenciar entre el estilo de Mia Farrow, Ingrid Thulin y Liv Ullman.


Ya en un apartado plenamente personal, antes de empezar el ciclo reconocí la seria dificultad que entraña acercarse a una obra como la de Bergman, así que decidí leer su autobiografía Linterna mágica intentando hacerme una idea de lo que me iban a deparar sus películas. Para pasmo encontré un libro donde apenas hace referencia a su cine y, por el contrario, se centra en su carrera teatral. No obstante, fue esencial conocer su infancia para entender su madurez y supongo que hasta cierto punto funcionó haber leído aquel libro, por lo demás realmente divertido gracias a su estilo socarrón. Lo que más he apreciado de la obra de Bergman ha sido esa capacidad para hacer de sus actores los mejores del mundo en cada película: para mi Max von Sydow e Ingrid Thulin han sido los mejores, aunque reconozco el enorme talento del resto. También es destacable la fidelidad de Sven Nykvist, su eterno y aclamado director de fotografía, al que es imposible no considerar de familia; y esa permanente sensación de la presencia de Bergman en cada plano, aunque no lo lleguemos a ver nunca. Fresas salvajes debería estar en cada biblioteca pública y esos actores en el Olimpo del Cine, así, con mayúsculas.

                                                                                            “Cuando el cine no es documento, es sueño
'Linterna Mágica', Ingmar Bergman

1 comentario:

  1. Sé que no tiene nada que ver con Bergman...o bueno, un poco sí pero, ¿has visto el nuevo tráiler de Woody Allen? Salvo Penélope Cruz, que para mí representa una muy mala elección (véase, Vicky, Cristina Barcelona)no tiene mala pinta (sale él, ÉL!!) jejeje

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