"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

sábado, 3 de marzo de 2012

El patente encanto de Luis Buñuel


Luis Buñuel, en el buen sentido, esconde varias caras, cualidad que se hace patente considerando el trío de países donde ha desarrollado su obra: España, México y Francia. Esto se debe a lo ajetreado de su biografía. Nacido en Teruel, pasó la parte más importante de su juventud en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde conoció, entre otros, a Federico García Lorca y a Salvador Dalí. Con el estallido de la Guerra Civil en España, se vió obligado a escapar debido a su manifiesto republicanismo, huyendo primero a París y después a Nueva York, donde trabajaría por un tiempo en el MOMA antes de trasladarse a México. Fue en este país centroamericano donde desarrollaría la mayor parte de su genio. El Buñuel mexicano fue un creador apasionado, obligado a hacer películas sin apenas presupuesto. Y lo consiguió. Algunos de sus principales trabajos pertenecen esta época, destacando por encima del resto Los olvidados y El ángel exterminador, obras cumbres en sus respectivos géneros. La primera es un contundente drama social centrado en la infancia y la adolescencia en ambientes marginales, mientras que la segunda es una crítica feroz contra la burguesía: Buñuel los encerró hábilmente en la habitación principal de una lujosa mansión de la que no pueden salir. A partir de ese momento los acaudalados huéspedes comienzan a mostrar comportamientos destructivos. La metáfora es evidente.

La burguesía juega un papel clave en la filmografía del autor aragonés. François Truffaut, compañero de profesión, dijo que Buñuel pensaba que el público es imbécil pero que la vida es divertida, que hizo las películas pensando en gustar a sus amigos. De ser así, el suyo debió ser un entorno insistentemente antiburgués, porque para arremeter contra esta clase social desplegó un hiriente humor negro que puso en evidencia sus miserias. Se trata de un ejercicio de caricaturización parecido al que realiza con el clero. Desde los amantes de La edad de oro hasta el caballeroso Mathieu en Ese oscuro objeto de deseo, la burguesía está presente siempre recubierta de una significación negativa. Y éste es un espíritu que un actor ha sabido encarnar muy por encima de los demás: si Ingmar Bergman tuvo su Max von Sydow, Buñuel ha tenido su Fernando Rey. Su aspecto de intelectual adinerado, de los que fuma en pipa y lee el periódico envuelto en batas de cachemira, le ha conferido el aspecto prototípico del noble entrado en años que precisaba don Luis –como le llamaban los que llegaron a conocerlo. El buen gusto del director aragonés lo llevó a rodearse de actores y actrices de gran envergadura como Francisco Rabal, Silvia Pinal o Catherine Deneuve.

El Buñuel francés es, en primer lugar, un artista que necesita expresar su talento. En el país galo es donde tiene la oportunidad de llevar a la pantalla Un perro andaluz, que no es más que la puesta en común de dos sueños que tuvieron Dalí y el propio Buñuel. El éxito del film llamó la atención del público y de los productores, que no habían visto nada igual, y le proporciona la notoriedad necesaria para poner en marcha La edad de oro, que a la postre sería la tercera o cuarta película sonora en Francia. La primera intención fue la de colaborar de nuevo con Dalí, sin embargo la fluidez con la que habían desarrollado el primer proyecto se evaporó y todo fueron disputas, conque decidieron separarse de forma amistosa. Buñuel sospecha que el motivo de este deterioro en su entendimiento vino motivado por Gala, la novia del pintor catalán y a la que el aragonés detestaba. Sea como fuere, la película vio la luz y el escándalo que generó fue tal que permitió a Buñuel hacerse un nombre entre el eminente grupo de surrealistas franceses. Después de las primeras proyecciones, La edad de oro estuvo prohibida en Francia hasta la década de los ochenta. Tras varias décadas de exilio en México volvió para retomar la línea que había marcado porque, en segundo lugar, el Buñuel francés es el surrealista. Aunque nunca había abandonado esta tendencia, fue en Francia donde manifestó esta tendencia de forma más evidente. El resultado se vio especialmente en La vía láctea, El discreto encanto de la burguesía y El fantasma de la libertad.

Buñuel, al hilo de lo anterior, pasa por ser uno de los directores que más ha proyectado sus sueños en la pantalla: desde el que dio vida a Un perro andaluz –donde una cuchilla de afeitar hendía un ojo hasta el pánico paralizante del actor que no conoce su texto momentos antes de salir a escena en El discreto encanto de la burguesía. No obstante, sus sueños apenas van acompañados de música, sus películas son 'sordas'. No recurre a la banda sonora como parte de un espectáculo, sino únicamente cuando se implica en la escena: el tenebroso sonido de los tambores de Calanda al final de Nazarín probablemente es el mejor ejemplo del papel que Buñuel concede a la música.  

España, sin embargo, no ha tratado especialmente bien a Luis Buñuel. Por una parte, desde joven deseó marcharse a conocer mundo –ambición que se hizo forzosa cuando estalló la Guerra Civil en 1936 y, por otra, aquí nunca le permitieron demostrar su talento; de hecho, cuando lo hizo con Las Hurdes (tierra sin pan) terminó fichado en los registros de la Guardia Civil como terrorista del buen gusto. De haberlo atrapado, esa consideración hubiera bastado para que el bando nacional lo fusilara. Con casi treinta años de exilio a sus espaldas, en 1961 regresó a su país natal para rodar Viridiana, una de sus obras punteras. En lugar de acoger calurosamente a un eminente embajador de la cultura española en el mundo –para muchos, uno de los mejores cineastas de la historia, Viridiana estuvo perseguida por la censura y no fue estrenada hasta 1977, a pesar de ser la única película ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Dieciséis años de silencio para una de las mejores películas españolas, eso sí, considerada irreverente por las autoridades. No obstante, para regocijo patrio Buñuel aún legaría una película más de notable éxito: Tristana Ese oscuro objeto del deseo supuso, valga la redundancia, su último trabajo, y fue grabada en francés.

Cansado y medio sordo, decidió dedicarse a descansar después de grabar su última obra, donde, por cierto, Buñuel se vio obligado a hacer una ingeniosa triquiñuela para evitar suspender el rodaje: Carole Bouquet renunció al papel en medio de la grabación, con lo que el proyecto estuvo al borde del colapso por unos días, hasta que en una noche de bar a Buñuel se le ocurrió salvar la película introduciendo a Ángela Molina. De esta forma en la película se ve a las dos actrices interpretando a Conchita sin que el espectador note contratiempo alguno. El genio de Buñuel le permitía jugar así con las obras que hacía porque, como diría Bergman, cuando el cine no es documento, es sueño.


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