Los
procesos migratorios son fenómenos complejos. Desde que el hombre camina sobre
sus piernas millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus casas o
encontrar la muerte en la situación que dejaban atrás. En los últimos treinta
años el fenómeno neoliberal capitalista profundiza en esta tesitura y forja un
mundo donde habitan muertos de hambre y muertos de anorexia.
Lo que ocurre entonces es la invasión de los invadidos: el hemisferio que posee
los recursos aspira a entrar en el que los gestiona y se beneficia de ellos. En
el momento en que esto se convierte en una coyuntura estructural escuchamos
las denuncias de la identidad robada, de la prostitución de la cultura
nacional, del espolio y la contaminación de los valores patrios. Todos ellos
van quedando disueltos en el mosaico de seres humanos venidos de aquellas
partes del globo y que hoy viven en las ciudades del primer mundo. La
paradoja ha querido que este discurso sea también utilizado por los sectores
antiglobalización de la izquierda, especialmente por los movimientos indígenas.
Si bien estos últimos naturalmente lo han orientado de otra forma y lo han
liberado de la retórica xenófoba y racista, ya que su petición es un mundo
donde quepan muchos mundos y no uno ordenado: "cada uno en su
país". Sea como fuere, no solo las minorías ven peligrar sus
culturas ante una ola que quiere hacernos estadounidenses a todos; también las
mayorías de los países ricos, encarnadas en las clases medias, ven tambalear su
silla ante el aluvión de foráneos. Se disuelven las culturas mayoritarias
debido a que ahora la nacionalidad no es la del país propio –de ahí los
rebrotes nacionalistas y regionalistas- sino la de si habitas un país rico o uno
pobre. Ya no importa tanto que el pasaporte sea de Alemania o de Chile como que
ese país ceda riqueza o que, por el contrario, la maneje. No hay que olvidar
que en la actualidad el factor de integración clave en el hemisferio rico es el
deseo del consumo (antes lo fueron el trabajo y el propio consumo, ambos
desestructurados hoy), pero lo que para los norteños es una pretensión, para
los que llegan de fuera es una cuestión de supervivencia.
Este corto ha motivado mi reflexión
y muestra la realidad de la que os hablo. También esconde una severa crítica al
silencio de la sociedad alemana ante las injusticias, por graves que sean, y
además tiene un irónico final. Lo principal es el conjunto de mensajes que
transmite, sin que uno deba primar por encima del resto.