"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

sábado, 12 de noviembre de 2016

Violín y sepulcro

  "Los seres humanos solo pueden hallar el bienestar en su unión mutua. 
Y solo se alcanzará cuando cada persona, sin pensar en dicha unión, 
se preocupe únicamente por cumplir las leyes de la vida".

Lev Tolstói, La ley de la violencia y la ley del amor 

   El 10 de enero de 1860, Iván S. Turguénev planteó, en uno de los discursos más bellos pronunciados por un literato, que el ser humano respondía a dos naturalezas opuestas: la primera, egoísta, encarnada en la figura de Hamlet; y la segunda, generosa, representada por don Quijote. Al decir de Turguénev, la virtud del altruísta es ser portador de una fuerza centrífuga por la que "todo lo existente existe solo para los otros, un principio de fidelidad y sacrificio alumbrado por una luz cómica".

   El 22 de octubre de 2011, durante la recogida del Premio Príncipe de Asturias, Leonard Cohen, en una de las alocuciones más hermosas pronunciadas por un músico, mostró su pertenencia a la segunda de las opciones propuestas por el escritor ruso. Y lo hizo de la misma forma que en los setenta y siete años previos al galardón: con humildad y gratitud, las dos únicas banderas posibles. "Todo, todo lo que ustedes juzgan digno en mis canciones, en mi poesía, proviene de su país. Les agradezco la cálida hospitalidad que han mostrado a mi trabajo, porque realmente les pertenece, y ustedes me han permitido estampar mi firma al pie de la página", afirmó.

  
Leonard Cohen
Cohen, igual que Mozart y Tarkovski, vio venir el final. Del mismo modo, legó una obra testamentaria: su Réquiem, su Sacrificio, se ha titulado You want it darker. En él, previendo la inminencia del ocaso, clamó con Abraham ¡Hineni, hineni!: "Héme aquí". El parangón con David Bowie ha sido inevitable, si bien el cantante británico recurrió en su último disco a Lázaro, un resucitado, Cohen llevaba meses afirmando que no iba a ofrecer resistencia: "Estoy listo para morir", reveló en rueda de prensa el 12 de octubre. 

   Cumplía así con una premisa que él mismo había enunciado durante el discurso en Asturias: "Nunca plañir con displicencia. Y, si alguien va a expresar la gran e inevitable caída que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza". ¿Podríamos imaginar una dignidad y belleza mayores que la de recibir el crepúsculo asintiendo, habiendo entendido que es lo natural, que así debe ser y que no es de recibo resistirnos a su cumplimiento?

   No sería extraño que, en su funeral, se oyera la Trauermarsch de la Sinfonía n. 1 de Mahler, precisamente por ser una marcha, que al fin es lo propio del que se va. ¿Han pensado en la reposada asunción de la muerte que habita en la melodía del compositor checo? La misma que, probablemente, habría deseado para sí y que con seguridad adornaba a Cohen. Porque su enseñanza fundamental es que vivir y morir, en lo que a nosotros, tristes humanos, respecta, es lo mismo: un irse dando, un dar yéndose. Maestro es quien, sabiéndolo o no, logra llevarlo a término.

  Y henos aquí, galapaguitos, viendo cómo, paulatinamente, una a una, las voces autorizadas de nuestros días se van extinguiendo. Postrados, heredamos el credo, uno que nos llama a reabrir la grieta por la que vuelva a penetrar la luz.   

   Entretanto, violín y sepulcro, Leonard. En tu hombro solloza la muerte.