"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

domingo, 28 de octubre de 2012

De la necesidad de una nueva ciencia política, o el arte de viajar hacia dentro (*)

 

        Las ciencias sociales conservan íntegro su complejo frente a las ciencias naturales; un complejo equivalente al que sufren las letras con los números, tan abstractas aquéllas y tan exactos éstos. Alguien observó una vez que mientras los hombres de ciencia destinaban sus esfuerzos a hacer el mundo más sencillo, los de letras se empeñaban en hacerlo más complicado. Esta frase, que me ha acompañado desde que la leí, es un bálsamo para nuestro citado complejo y permite sacar pecho frente a la eminente labor de los científicos naturales, pero no es suficiente. En la actualidad seguimos viendo cómo las Facultades donde se enseñan conocimientos humanistas se bautizan colocando el nombre “ciencias” antes del apellido, lo que vuelve a denotar un longevo sentimiento de inferioridad empírica.

La ciencia de la política no escapa a semejante fenómeno. Por ello la deriva que ha seguido la disciplina encargada de ayudarnos a gobernar la vida se ha centrado en las categorías logísticas de la misma, provocando “el abandono del conocimiento ontológico de las formas y maneras de vivir”. Se plantea así una pérdida de profundidad que converge con una sucesiva ganancia en la superficialidad, no solo porque “se ha ido desprestigiando todo conocimiento teórico en el que entren de alguna forma el sentimiento, las pasiones, los sueños, las fantasías, la filosofía o el arte”; sino porque además este ámbito del conocimiento, a fuerza de ser desdeñado por los estudiosos, ha terminado por ser marginado también entre la población. El resultado es un mundo donde, después de que Nietzsche matara a Dios, los hombres debían marcar sus propios límites. Pero la moral se ha disipado. En su lugar hemos desarrollado el castigo para la acción y la idea desviada, o la percepción de “la espiritualidad y la fantasía como restos irredentos (…) que, una vez privatizados como manías o neurosis, acabarán por extinguirse.” Vamos a una homogeneización de la existencia donde no existan las personas y sí las gentes. Y esta evidencia se vuelve especialmente amarga cuando vemos nuestras universidades abarrotadas de gentes recibiendo clase, y una gran mayoría de gentes impartiéndolas.

Si la Academia ha sucumbido y la ciudadanía reproduce la derrota, ¿cómo revertir el proceso?

Hoy hablamos de una “destrucción de la inteligencia original y de falta de sensibilidad” que a mi juicio se traduce en la separación espiritual entre los hombres, y de éstos consigo mismos. Y cada intento de romper esta brecha ha sido desechado u olvidado por nuestra época, lo saben Andrei Tarkovski, Johann Sebastian Bach y Fiodor Dostoievski; lo saben Ingmar Bergman, Heinrich Schütz y Hermann Hesse. Se ha producido un trasvase del protagonismo en Europa a Estados Unidos, y otro paralelo en el que la transcendencia ha perdido peso en favor del entretenimiento, de ahí que los nombres que copen las estanterías de nuestro tiempo sean Ken Follet, James Cameron, y Justin Bieber. Así pues, se plantea la necesidad de volver a mirarnos dentro, de elaborar una nueva ciencia política donde el mundo interno, esto es, “la letargia (…)  debe ser liberada y puesta del lado del conocimiento”. Y para ello en la retórica será pertinente no fomentar tanto la dispositio y posterior elocutio, e incentivar la inventio: “la manera de pensar y decir que funciona in foro interno y que no requiere a veces de palabras; en ocasiones es fruto del silencio, de las artes in-fantes de las naciones”.

A la hora de hacer pensamiento político, nuestro país se ha visto tradicionalmente apresado de un lado por el “fundamentalismo católico” y del otro por “la exigencia revolucionaria de la tradición marxista”, por lo que “desde la posguerra las cuestiones más importantes quedaban sistemáticamente fuera de los intereses oficiales”. Sin embargo, esto no es óbice para desdeñar las posibles aportaciones que pudieran realizarse desde España, especialmente desde la apertura intelectual que tiene lugar con la llegada del milenio, porque se trata de una visión (la nuestra) “muy cualificada para hablar como testigo de la militarización de la política, la inflación, el imperialismo, el fundamentalismo religioso o la decadencia imperial”, además de poseer “una tradición literaria y humanista de prime orden”. Será precisamente aquel fundamentalismo católico, encarnado en “el odio al papismo”, el elemento cultural europeo que más despreciará Estados Unidos y que le llevará a construir su sistema político plural. 

Una de las personas que más contribuyeron a edificar ese pluralismo fue Eric Voegelin (1901–1984). La vida de este pensador fue una alegoría de lo que ocurrió con el pensamiento: nacido en Viena, pronto emigrará a Estados Unidos para “construir una ciencia madura de la política, una politología independizada de la tiranía del derecho público” reinante en la Europa de su tiempo. Voegelin “plantea (…) la comprensión del término dios como locus de poder, utilizado así por el hombre para generar orden en su existencia.” Pone su atención en las culturas tradicionales, distinguiendo a la egipcia, la mesopotámica y la helénica de la cultura hebrea. Si las dos primeras construyeron una omnipotencia que todo lo abarcaba, la griega “genera leyes que gobiernan la naturaleza, la materia, a los dioses y a los hombres”, mientras que la tradición judía distingue “dos áreas de realidad, vaciando el cosmos de toda divinidad” de forma que se produce una “renuncia a la omnipotencia”. El pueblo hebreo, entendiendo así la realidad, reconocen que “Dios es una ausencia y no una presencia”, como las palabras cuando ocultan el silencio, de lo cual “surge un mundo político más limpio en el que se doblega por primera vez la tentación de omnipotencia.”

A modo de conclusión, cabe señalar lo que a mi parecer deben ser las primeras piedras de un nuevo camino para la ciencia política: una superación del complejo frente a las ciencias naturales que permita a las humanidades retornar a la reflexión sobre el mundo interno y reforzar la moralidad, ayudar a que Europa desarrolle las aportaciones que hoy alberga en potencia y, por último, socavar la hegemonía del entretenimiento e incentivar la consciencia trascendente que rompa el abismo que separa a los seres humanos del resto de personas y de sí mismos.


El viaje será hacia dentro.

(*) Los entrecomillados pertenecen íntegramente al libro ‘La recuperación del buen juicio’ del catedrático de Ciencia Política Javier Roiz.

domingo, 21 de octubre de 2012

Entrevista con Ángeles Díez, profesora de Cine Social y Político en la Universidad Complutense de Madrid


  
      1) El cine es siempre un medio de comunicación y, en ocasiones, consigue elevarse a la categoría de arte. En una época donde el consenso general es considerar al celuloide como un entretenimiento más dentro del espectáculo, ¿cómo valora la capacidad del cine como creador de imaginarios colectivos?

En primer lugar no comparto las afirmaciones que inician la pregunta porque son muy genéricas y demasiado asertivas. El cine es por encima de cualquier otro aspecto una industria. Desde que los Lumière pusieron en marcha la primera máquina cinematográfica su intención era obtener unos ingresos. Eso no quiere decir que no se convirtieran, sin quererlo en documentalistas de la época, testimonios impagables de un espacio y un tiempo. Edison y los negociantes estadounidenses vieron en el nuevo invento una oportunidad de negocio que no supieron medir los hermanos Lumière. Desde mi punto de vista, por la época en que nació el cine, ya podemos decir que no se puede separar su esencia como producto artístico y como mercancía de la que obtener una rentabilidad.

Por otro lado, el cine nunca ha sido considerado sólo un entretenimiento. Su potencial para crear ilusión y despertar la imaginación, para transmitir ideología al tiempo que contar historias, hizo que desde sus orígenes fuera disputado como un canal inigualable para diseminar valores, ideas, etc. Es decir, para convertirse en un instrumento de propaganda (en una dirección o en otra). El cine forma parte de las industrias culturales que desde el inicio de la modernidad son las responsables de la producción y reproducción de la ideología dominante, es decir, de la construcción de hegemonía. Eso no quiere decir que no haya sido, y sea también, un espacio donde se puede generar contrahegemonía.

    2) En América Latina a mediados del siglo XX la industria cinematográfica estaba fuertemente controlada por Estados Unidos como parte de su estrategia para mantener subordinados a los países del subcontinente. Eso se consiguió gracias a al cuasi monopolio de la distribución y a la reproducción de los patrones y los valores hollywoodienses en las películas latinoamericanas, ¿hasta qué punto considera que esa situación es parecida a la que vivimos en la actualidad en los cines de todo el mundo?

Creo que la situación es parecida pero la concentración de la industria cinematográfica es mucho mayor que a mediados del siglo XX. El proceso de globalización relacionado con el desarrollo de la tecnología digital ha tenido como una de sus consecuencias un mayor control de la distribución cinematográfica. Excepto el caso de la industria india que es muy particular con un mercado muy extenso y una producción que casi dobla la estadounidense, en el resto del mundo, incluida Europa, el 90% de la cuota de mercado (recaudación en taquilla) corresponde a las llamadas majors, término que designa a los mayores estudios de producción y distribución de productos cinematográficos (hoy en día se incluyen también vídeos domésticos, videojuegos, productos multimedia, etc.) Century Fox, Paramount, Warner Bros, Walt Disney Studios, Columbia, Universal, son seis de los majors que controlan la producción comercial para el gran público en todo el mundo.

   3) La respuesta espontánea en ese momento por parte de los cineastas latinoamericanos fue poner en marcha un cine propio, que hablara un lenguaje autóctono y que atendiera los asuntos patrios; algo parecido a lo que ocurrió años antes en el Neorrealismo, ¿por qué resulta tan importante edificar un cine propio de cara a la liberación cultural, social, económica y política?

La respuesta latinoamericana a la colonización cultural e ideológica no fue espontánea, fue el resultado de la expansión de los movimientos de liberación en todo el mundo. En África también se produjo un cine independiente a partir de la revolución Argelia (entre 1954-62). En América Latina se trató de un cine muy vinculado a estos movimientos, no sólo porque los directores estaban políticamente muy implicados sino porque los movimientos de liberación dieron un papel importante al cine en el proceso de concientización de las masas. La base del colonialismo no es solo la imposición política o la dependencia económica, para que el colonialismo pueda sostenerse extrayendo todos los recursos de la colonia hacia la metrópoli, tiene que contar con el sometimiento de la población. Este sometimiento se consigue no sólo mediante el uso de la fuerza sino corrompiendo a las élites locales e imponiendo una forma de vida, unas aspiraciones y una cultura ajenas. El cine ha cumplido un papel fundamental en el dominio y el sometimiento al trasladar unos valores y una forma de ver el mundo importadas, naturalizando la dominación. Es por eso que también el cine en manos de militantes y activistas se convirtió en un arma de liberación.

   4) Además de los rasgos señalados en la pregunta anterior, el Nuevo Cine Latinoamericano puso en práctica un cine político que algunos autores del propio movimiento han diferenciado en cine militante, cine-arma, cine ideológico y otras categorías que matizan el significado original. Es evidente que se buscaba una reacción en la población, ¿cómo valora la repercusión que tuvo en la práctica este Nuevo Cine Latinoamericano?

Especialmente el cine de Base y el cine de liberación argentino tuvieron un papel muy importante porque, más allá del número de producciones –que fue más bien escaso-, se apoyaba en nuevas formas de distribución, en general clandestina. Se proyectaban los materiales en salas y en cines rurales y se armaba un coloquio. Estos debates eran casi más importantes que el material proyectado porque suministraban información y generaban conciencia.

Desde mi punto de vista fue muy importante el papel que cumplió entre los intelectuales porque generó una conciencia propia de lo que significaba el subdesarrollo, porque dio a conocer una realidad desconocida para una generación que puso en marcha procesos revolucionarios.

   5) Esta investigación versa sobre un aspecto característico del Nuevo Cine Latinoamericano, y es la ruptura fílmica que plantea respecto al cine de Hollywood, ¿dónde cree que residen las diferencias de fondo que plantearon estos directores y estas películas respecto de las que se hacían en los Estados Unidos?

La principal ruptura es que no se trató de un cine-mercancía. Lo que se filmaba y cómo se filmaba estaba fuera del mercado. No se producía para el consumo sino para contribuir a hacer la revolución. Por otro lado, los temas que se trataban estaban en las antípodas. A la industria hollywoodense le interesaba exportar una forma de vida y obtener beneficios económicos, ser rentable en ambos sentidos, en el material y en el ideológico. Para ello, la realidad reflejada, las historias que se cuentan reproducen estereotipos y generan un mundo con el que sentirse identificado.

También la estética es completamente diferente. En el caso del cine de Hollywood, ésta se pone al servicio del entretenimiento, del ocio, con una gramática acorde, sin que el espectador tenga que hacer el más mínimo esfuerzo por entender o desentrañar mensajes. En el caso del cine militante latinoamericano se planteó también una ruptura estética porque se trataba de liberarse de los contenidos y los lenguajes.

6) Sin embargo, no solo se establece una diferenciación con el cine norteamericano, sino también con el cine político que, por ejemplo, planteaban en aquellos años Constantine Costa-Gavras o Gillo Pontecorvo. Esta separación viene argumentada por el apoyo que tuvieron las producciones de este tipo, mientras que los cineastas de América Latina tuvieron que luchar contras las dificultades económicas, el ostracismo popular y la represión política. Si ya entonces se desmembraba el cine político, ¿qué futuro piensa que le espera hoy entre tantos blockusters, comedias románticas y filmes autocomplacientes?

Las películas de Gavras o Pontecorvo no fueron películas para las grandes masas, fueron producciones arriesgadas que en determinado momento fueron interesantes también para la industria estadounidense. Pero no pueden compararse con las producciones de Hollywood que inundaron todas las salas europeas y latinoamericanas.

El futuro del cine político dependerá del futuro de los movimientos sociales y los sujetos políticos que, organizadamente, busquen vías de comunicación que trasciendan sus entornos inmediatos. Hoy en día el género documental es el que está más próximo a lo que fue el cine político de ficción de los años cincuenta y sesenta en Latinoamérica. Se trata de un cine documental político más individual, más obra de autor que obra colectiva pero en la medida en que vaya surgiendo la necesidad de poner un instrumento tan potente como el cine al servicio de una causa social se reactivará la producción de cine político. También la tecnología digital y la facilidad con la que se puede producir hoy en día una película ayudan a que haya más producciones de este tipo. Otro problema es la saturación y la dificultad de la distribución.

domingo, 14 de octubre de 2012

El futuro de la tierra de Bolívar



Mesa antes del inicio de la conferencia. De izquierda a derecha: Secundino González, Juan Carlos Monedero, Víctor Bustamente, Carlos Rodríguez, Manuel Monereo y Lucas Monsalve.


          La Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid celebró en la mañana del 10 de octubre una conferencia que analizaba el resultado de las últimas elecciones presidenciales venezolanas. Confirmada la baja de última hora del profesor Jorge Verstrynge, al acto organizado por la Asociación de Izquierda Progresista finalmente asistieron cinco ponentes: dos de ellos apoyando al gobierno bolivariano de Hugo Chávez, Juan Carlos Monedero y Manuel Monereo; dos en una línea crítica más favorable a Henrique Capriles, Carlos Rodríguez y Lucas Monsalve; y una voz más moderada, la del profesor Secundino González.

El acto se celebró en el salón María Luz Nájera bajo el rótulo “El futuro de la tierra de Bolívar” y moderado por Víctor Bustamante, que hizo una declaración de intenciones desde la presentación de los invitados “de izquierda a derecha, como debe ser”, indicó. Así tomaba el turno de palabra Lucas Monsalve, exprofesor de origen venezolano en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y estudiante de doctorado en nuestro país, quien incidió en el componente emocional de la campaña electoral chavista donde “ganó el corazón frente a la razón” y destacó su carácter “barriobajero” debido a los calificativos con los que el presidente Chávez tildó a su oponente político, entre los que se encontraban cochino, cerdo o escoria humana. A juicio de Monsalve, Capriles se mostró más cauto mostrando un comportamiento más correcto y centrándose en construir “una Venezuela donde cupieran todos y donde debían caber todos”. En unos términos parecidos se expresó Carlos Rodríguez, un ingeniero que ha colaborado con la Mesa de Unidad Democrática (MUD), y que comenzó destacando el éxito democrático que ha tenido lugar en su país “porque de cada diez venezolanos, ocho han ido a votar”. Sin embargo, tomando el testigo de su compatriota en la ponencia, denunció el abuso de recursos públicos de los que había echado mano la candidatura gubernamental para potenciar su campaña, provocado a su juicio un terrible desequilibrio entre la capacidad de promoción de uno y de otro. Como buen hombre de números, aportó datos interesantes que revelaban comportamientos destacables en los comicios: en Venezuela solo el 4,53% de los ciudadanos son ricos, mientras que el 18’1% son considerados de clase media-alta, lo que significa que aproximadamente la mitad de los votantes que obtuvo la MUD no son pobres, rompiendo con una versión dominante que sostiene que los económicamente más necesitados solo apoyan a Hugo Chávez. De la misma forma, prosigue Rodríguez, ha habido ricos que han dado su voto al comandante, son los denominados “boliburgueses”, lo que le dio pie a insistir en que “esto no va de ricos ni pobres, ni de derecha ni de izquierda”.  

En una línea distinta intervinieron el analista Manuel Monereo y el antiguo asesor del gobierno bolivariano Juan Carlos Monedero. El primero hizo énfasis en la relevancia de la figura de Hugo Chávez dentro de la transición política que atraviesa el mundo y que tiene en América Latina un actor determinante por la democratización generalizada que está experimentando, por su proceso de integración regional, así como por ser testigo director de la emergencia de una potencia mundial: Brasil. En segundo lugar, destacó la limpieza de las elecciones debido a que “por primera vez ha habido una oposición democrática”, algo que se hizo patente con la rápida aceptación de la derrota por parte del MUD. Monereo concluyó su exposición destacando que, frente a la exclusión social dominante en los últimos tiempos en América Latina, Chávez viene a consolidar “la independencia nacional, que los recursos se queden en el país, la continua aplicación de las políticas sociales y la garantía de la democracia venezolana como un sistema que democratiza las relaciones sociales”. El profesor Juan Carlos Monedero, por su parte, encendió la conferencia con su habitual capacidad para estimular los ánimos de tirios y troyanos. En su opinión el gran logro de Hugo Chávez ha sido conseguir que “los invisibles se visibilicen”, mientras que con una fuerte convicción exigió el fin de las mentiras que a su parecer se vierten sobre el actual jefe del Estado en lo referente a los canales informativos, ya que “el 80% de los medios están en manos de la oposición”. Durante su intervención se defendió de quienes en los días previos a los comicios le tildaron de politólogo al servicio de Chávez por prever una victoria de éste en torno a los diez puntos, victoria que finalmente se ha confirmado en esos parámetros, al tiempo que pedía la respuesta de los supuestos analistas oficiales que daban por ganador a Capriles: “Estoy esperando la disculpa de los sociólogos mercenarios”, afirmó Monedero. Finalmente, achacó la derrota del candidato opositor a la propuesto de “un modelo que se parece demasiado a lo que hace en España Mariano Rajoy”, planteamiento que evitaría que los ciudadanos se sintieran vinculados al líder de la oposición unificada.

El maestro de Ciencia Política Secundino González, mucho más moderado en sus palabras y ajeno al par de bloques enfrentados que representan sus compañeros de mesa, reconoció el logro de las elecciones por su inédita transparencia y vino a quitar importancia en el resultado final al desequilibrio de recursos existente entre Capriles y Chávez ya que “en la historia ha habido partidos que han perdido las elecciones a pesar de contar con mucho más recursos”, poniendo como ejemplo la derrota del saliente Frente Sandinista frente a la Unión Nacional Opositora en las elecciones nicaragüenses de 1990. Además introdujo el término “iliberal” para hacer referencia a aquellos gobiernos que, si bien han sido elegidos de forma democrática gracias al apoyo mayoritario de los ciudadanos, su práctica política vulneraría en alguna medida determinados principios del liberalismo democrático, ubicando al presidente Hugo Chávez en esta categoría.


En una segunda ronda de intervenciones los ponentes se centraron en el futuro que espera al país latinoamericano a medio y corto plazo. Monsalve y Rodríguez centraron sus intervenciones en los desafíos que enfrentará la oposición, siendo el principal de todos ellos el mantenimiento de la unidad y la recuperación del duro golpe que ha supuesto la derrota en las urnas. Mientras que Monsalve hizo hincapié en que “el camino de la oposición es ganar de abajo para arriba”, comenzando su ascenso cosechando victorias desde los pequeños municipios, Rodríguez exigió una mejora en el desempeño de las funciones estatales: “mejor gestión, esa es la clave”. Al tiempo que para el doctorando “el peso de la unidad de América Latina es muy duro de llevar”, haciendo referencia a la supuesta disociación entre el grandilocuente mensaje bolivariano en busca de un continente unido y la desatención de la ciudadanía y las gestiones cotidianas, el ingeniero puso en tela de juicio el antiimperialismo de su gobierno, ya que “tres millones de barriles de petróleo salen cada día de Venezuela con destino Estados Unidos”. También insistió en que uno de los puntos clave que debe atajar el gobierno en los próximos seis años es la seguridad, en vista de que “cada fin de semana mueren trescientas personas, y el 90% lo hace en las zonas pobres”; y es que a su juicio el futuro del país pasará por tres puntos clave: la asimilación de la victoria por parte de Chávez, su estado de salud, y por cómo interprete la oposición lo ocurrido.

Manuel Monereo, por su parte, se centró en un análisis de lo que deben ser Venezuela y América Latina en los próximos tiempos. Según su punto de vista “América Latina tiene la oportunidad de ser sujeto y no mero objeto del cambio político global”, el continente juega además con una ventaja añadida gracias a que “tiene todo lo que al vecino del Norte le falta, incluido el petróleo”; sin embargo, advierte, “Venezuela debe romper la dependencia que tiene del petróleo”, algo en lo que coincidían los cinco conferenciantes. Señaló la construcción de un Estado eficiente como el déficit más importante a subsanar en la presente legislatura, de la misma forma que planteó el “hiperliderazgo” personal de Hugo Chávez como un elemento difícilmente evitable en el comienzo de la movilización masiva, pero que en el futuro “debe empezar a ser un rasgo sustituible”. En último lugar, Monedero, que disculpaba el “hiperliderazgo” como una consecuencia de la conexión directa entre el pueblo y su presidente, señalaba también una lista de problemas en una exposición que por momentos se veía interrumpida por las intervenciones espontáneas de algunos asistentes, a saber: la mencionada debilidad del Estado con su consecuente problema administrativo, la numerosa y preocupante corrupción presente en el país, el igualmente citado rentismo del petróleo y el clientelismo de partido; todos ellos asuntos a erradicar a la mayor brevedad y eficacia posibles.

La conferencia debía terminar con una ronda de preguntas por parte del público, pero en el auditorio los ánimos se calentaban con el paso de los minutos y apenas se permitió la respuesta a una ronda de tres preguntas. El foco de la indignación fueron las intervenciones de Juan Carlos Monedero, quien fue increpado desafortunadamente por algunos asistentes al punto de intercambiar acusaciones en una agitada disputa dialéctica. La trifulca finalmente no pasó a mayores y el salón de actos, que había conseguido sobrepasar el aforo, se fue vaciando poco a poco tras más de dos horas de conferencia sobre las elecciones y el futuro en Venezuela.  

martes, 9 de octubre de 2012

Discursos de cine (II)

                                        ¿Por qué vemos cine?

Andrei Tarkovski afirmó que el objetivo del espectador es “rellenar las lagunas de su propia experiencia; es como si fuera a la caza del tiempo perdido”, un tiempo perdido debido a la pérdida del hombre de la capacidad de intercambiar sus experiencias. Mientras, a juicio de Ingmar Bergman, “no hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma”, de forma que el cine reverbera el espíritu humano más que ninguna otra expresión artística. Distanciándose de la opinión del maestro sueco, el director taiwanés Edward Yang recogió el testigo de Tarkovski y sostiene que “vivimos tres veces más desde que el hombre inventó las películas”.

Considerando que casi con toda probabilidad hay una razón por cada persona que dedica tiempo en acercarse al celuloide, mi intención aquí es, simplemente, explicar la mía.


El cine supone, por encima y más que cualquier otra cosa, la ruptura de los horizontes mentales. Nuestro mundo cada vez es más rígido, anclado en convencionalismos que arrastramos generación tras generación, y una de las herramientas que se nos brinda para salir de la cuadratura es el cine. Hace tiempo que el hombre, como ser consciente de su existencia, ha dejado de mirarse a sí mismo, no se cuestiona; por el contrario, transita por la vida temeroso de lo que pueda hallar y atrapado dentro de una armadura que cada día consta de una capa más. Por ello algunas de las películas que más aprecio son las que obligan a sus  personajes a atravesar por dilemas morales y a enfrentarse con problemas profundos -humanos al fin y al cabo-, ambas circunstancias prácticamente olvidadas en los ‘blockbuster’. Si el cine no solo no contribuye a quebrar la barrera que separa a los seres humanos de sí mismos y de sus semejantes, sino que además la fortalece, corre el terrible riesgo de haberse esfumado como expresión artística y, como dice Fernando Birri, ya no será cine sino “subcine”.

Otra de las sensaciones valoro, relacionada con la anterior, es la del descubrimiento –por cierto, el descubrimiento, otro de los placeres inherentes al género humano que él mismo se ha encargado de convertir en miedo–, de ahí que otra tanda de películas que amo sean las que muestran algo que merezca la pena descubrir. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que las películas de éxito tampoco buscan aportar conocimientos nuevos, aunque, por otro lado, la mayoría de los espectadores no buscan tal cosa.

Más allá de la complejidad de los personajes o lo novedoso que pueda resultar, el cine debe ser valorado también por su innovación artística, de ahí que un sector de cinéfilos muestre un gran interés por los directores, auténticos autores de sus obras. Son ellos quienes tienen la capacidad de hacer avanzar un arte que como  máquina de generar dinero poco más tendrá que decir en el futuro. Alexandr Sokurov, un director ruso, afirma al respecto que “el cine no puede aún pretender ser un arte y, aunque aspire a serlo, todavía está lejos (…) Le falta todo por aprender, especialmente de la pintura, porque la apuesta principal es pictórica. Quizás el cineasta peterburgués esté en lo cierto y el primer paso para salvaguardar su progresión sea considerar que, después de todo, el cine aún no sea un arte.

A pesar de todo, sería crédulo pensar que la tónica vaya a cambiar: una gran corriente de películas moverán inmensas cantidades de dinero y alimentarán el estancamiento del cine, mientras que una corriente marginal y económicamente insignificante buscará su avance y reivindicará un uso distinto del mismo. Con toda probabilidad la brecha entre ambas corrientes será cada vez mayor, con el peligro de extinción por asfixia que esto supone para el segundo; y con el grave riesgo que conlleva conocer a Spielberg y no a Dreyer.

Está en nuestra mano detenernos, pensar el cine y los usos que hacemos de él. Dejando a un lado la supervivencia de las vanguardias, del cine de autor o como quiera que lo llamemos, lo más valioso que podemos hacer por él es interesarnos y elegir, no dejarlo de lado a pesar de la generalizada pérdida de calidad y averiguar qué puede hacer él por nosotros. Respetar al cine es la única forma de conseguir que él nos respete a nosotros, y reducir nuestro contacto a ‘La jungla de cristal 5’ no creo que sea un buen comienzo.

martes, 2 de octubre de 2012

Discursos de cine* (I)



            Hace unos meses esperaba en la fila de las taquillas de un multicine cuando apareció, por casualidad, una conocida de la pareja que tenía delante. Después de una breve conversación ella les preguntó qué iban a ver, a lo que ellos la contestaron que aún no lo sabían. Recuerdo que esta circunstancia me sorprendió tanto que desde entonces recurro a ella para reflexionar sobre los usos que hoy hacemos del cine.

Sobre este asunto leo con indignación “Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas”, una investigación de Frédéric Martel donde se narra el nacimiento del fenómeno multicines, originario de Estados Unidos y extendido posteriormente a buena parte del resto del mundo industrializado. La mayoría de cines ya no están en las ciudades sino en los centros comerciales de la periferia urbana, los cines ya no tienen una pantalla sino al menos una decena y las películas que allí se proyectan vienen acompañadas de palomitas y refrescos; refrescos, por cierto, de la marca que tenga un acuerdo de venta en exclusiva con la cadena de multicines en cuestión. Independientemente de la subrepticia transmisión de mensajes y valores que integra cada filme, de cara al espectador el cine debe tener un alto componente de entretenimiento, condición que se inserta en una tendencia muy moderna que desprecia aquello que no sea dinámico y envasado al vacío; algo que, por otro lado, es seguramente lo que iba buscando la pareja de la que hablaba al principio. Una consecuencia inmediata es la producción en masa de un cine banal, vacío y de consumo rápido, que suele ser el que mejores resultados da en taquilla; y, en un mundo donde el éxito se mide en beneficios, la financiación se dirige a los taquillazos de más baja estofa. 

Así pues, el cine, como el resto de las artes, es parte de la mercantilización, y lo es hasta tal punto que el público mayoritario ya no ve cine, sino películas. La diferencia es crucial, ya que éstas carecen de la profundidad que posee el primero y exigen un esfuerzo mucho menor al espectador. Una película es, recurriendo a un ejemplo reciente, Magic Mike; y rodar una historia así no es hacer cine. Éste, por el contrario, requiere de un interés mayor por parte de la persona que se acerca a él, además de un amor por el arte idéntico al que se le supondría a un amante de la pintura y no al mero comprador de cuadros.

La industria ha alimentado el consumo de películas y, en consecuencia, ha arrinconado al cine; que, asentado definitivamente como cultura de masas, ha pasado a formar parte del espectáculo y de la representación masiva. El entretenimiento efímero y banal se convierte de forma instantánea en un clásico de cartelera; y a él, al entretenimiento, se destinan los ‘blockbuster’ que se estrenan cada fin de semana. Sin embargo, de la misma manera, existen personas que huyen de una motivación tan sencilla y buscan algo más en el celuloide. Por eso, llegados a este punto, ¿por qué invertimos una porción de nuestro tiempo en sentarnos a ver la proyección de una cinta?


* El título de esta entrada que presentaré en dos partes hace referencia a la sección que el compañero Víctor Martín Gómez dedica al análisis político del cine en su página web: www.otravueltadetuerca.net

lunes, 30 de julio de 2012

30 de julio, 2007



         La Historia guarda entresijos curiosos, como aquel que sitúa el lugar de nacimiento de Adolf Hitler y el de Iósif Stalin fuera de Alemania y de Rusia, ya que el primero nació en Austria y el segundo en una región que hoy pertenece a Georgia. El cine, como arte que ubica su hueco en la Historia, también guarda algunos acontecimientos destacables. Se me viene a la cabeza el famoso concurso de imitadores de Charlot que Charles Chaplin, creador del personaje, no consiguió ganar; o la ‘no-efeméride’ que dejó a Alfred Hitchcock sin un Óscar como mejor director. Lejos de las barras y las estrellas, en el Viejo Continente también la Providencia ha querido que guardemos recuerdo de algunos lugares comunes, y el que nos trae hasta aquí es uno de los más memorables: hoy hace cinco años el mundo perdía a Michelangelo Antonioni y a Ingmar Bergman.

Siendo creadores totalmente distintos, Antonioni innovó en la narrativa audiovisual introduciendo un lenguaje que hasta entonces resultaba desconocido. Si el cine pensaba que se acercaba a tocar el horizonte, el director italiano lo alejó un poco más. Sin embargo, como casi siempre que un artista trasciende los límites en su campo, los metrajes densos y de hondo calado intelectual fueron completamente incomprendidos, incluido por el autor de estas líneas que, en un primer momento, no supo encajar el ritmo lento e innovador de Antonioni. El público masivo le dio la espalda en algunos momentos acusándolo de practicar un cine incomprensible y elitista; en esa crítica Billy Wilder llegó a afirmar: "Antonioni seguro que es un gran director, un gran artista. Pero en lo que a mí se refiere, soy incapaz de mantenerme despierto". A pesar de todo logró un notorio éxito entre la crítica y sus compañeros de profesión, logrando,  entre otros, el León de Oro de 1964 en Venecia por El desierto rojo y la Palma de Oro en Cannes dos años después gracias a Blow-Up. Dice Ángel Fernández-Santos, uno de los mejores escritores cinematográficos que conozco, que Antonioni le robó espacio a la literatura llevando a la pantalla recursos que solo se habían conocido en la novela. Esto provocó que en sus realizaciones alternara momentos de genio con vacuidades de difícil digestión, especialmente en la saga donde definió su estilo y que lo dio a conocer internacionalmente: la trilogía de la incomunicación, compuesta por La aventura, La noche y El eclipse. Cuando ya había abarcado la parte más importante de su obra a mediados de los ochenta, sufrió un infarto cerebral que lo mantuvo sin habla e inmovilizado durante años, marcando este fatídico acontecimiento el inicio de la inconsistencia de su trabajo posterior.



Bergman, por su parte, es sencillamente el creador cinematográfico que se ha hecho las preguntas más altas. Afirma Andrei Tarkovski, otro gran maestro ruso, que la valía de un director no reside en cómo ha hecho una película sino en la inspiración que movió a su autor a realizarla. Si seguimos esta máxima es posible que el cineasta sueco haya sido el mejor de todos. Existencialista y atormentado, Bergman ha evocado varias de las incertidumbres mayores que pueden sacudir al ser humano, y lo ha hecho desde un tratamiento sin igual de este “invento sin futuro”-como dijeron los hermanos Lumiere- que llamamos cine. Sin embargo, el genio de Bergman apenas encontró respuestas; como él mismo afirma en referencia al misterio de la muerte que plasmó en El séptimo sello: "Mi película no tiene respuesta para eso", como buen filósofo de las preguntas eternas. Ángel Fernández-Santos, de nuevo, lo definió como “el más libre y elocuente de los artistas (…), coloso del cine y del teatro y uno de los artistas de la zona medular de este moribundo siglo”. Amante del séptimo arte, el maestro dedica un pasaje de sus memorias a su compañero italiano: “Fellini, Kurosawa y Buñuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovski [los sueños]. Antonioni iba por ese camino, pero se mató ahogado en su propio aburrimiento”.

La suerte quiso que ambos fallecieran el 30 de julio de 2007. Ingmar Bergman, con 89 años, lo hizo de madrugada; Michelangelo Antonioni, que había alcanzado los 95, a las ocho de la tarde. Hace unas semanas cayó en mis manos, por completo capricho del azar, el ejemplar del diario La Razón del 31 de julio de aquel año. Allí Alfonso Ussía recordaba la memoria de los dos directores en un artículo titulado Muy en paz, que terminaba de forma muy elocuente: “Que Bergman y Antonioni descansen en paz. Y nosotros, también”. Quizás prefería Cine de Barrio. 

jueves, 26 de abril de 2012

El Sur del Norte



Los procesos migratorios son fenómenos complejos. Desde que el hombre camina sobre sus piernas millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus casas o encontrar la muerte en la situación que dejaban atrás. En los últimos treinta años el fenómeno neoliberal capitalista profundiza en esta tesitura y forja un mundo donde habitan muertos de hambre y muertos de anorexia. Lo que ocurre entonces es la invasión de los invadidos: el hemisferio que posee los recursos aspira a entrar en el que los gestiona y se beneficia de ellos. En el momento en que esto se convierte en una coyuntura estructural escuchamos las denuncias de la identidad robada, de la prostitución de la cultura nacional, del espolio y la contaminación de los valores patrios. Todos ellos van quedando disueltos en el mosaico de seres humanos venidos de aquellas partes del globo y que hoy viven en las ciudades del primer mundo. La paradoja ha querido que este discurso sea también utilizado por los sectores antiglobalización de la izquierda, especialmente por los movimientos indígenas. Si bien estos últimos naturalmente lo han orientado de otra forma y lo han liberado de la retórica xenófoba y racista, ya que su petición es un mundo donde quepan muchos mundos y no uno ordenado: "cada uno en su país". Sea como fuere, no solo las minorías ven peligrar sus culturas ante una ola que quiere hacernos estadounidenses a todos; también las mayorías de los países ricos, encarnadas en las clases medias, ven tambalear su silla ante el aluvión de foráneos. Se disuelven las culturas mayoritarias debido a que ahora la nacionalidad no es la del país propio –de ahí los rebrotes nacionalistas y regionalistas- sino la de si habitas un país rico o uno pobre. Ya no importa tanto que el pasaporte sea de Alemania o de Chile como que ese país ceda riqueza o que, por el contrario, la maneje. No hay que olvidar que en la actualidad el factor de integración clave en el hemisferio rico es el deseo del consumo (antes lo fueron el trabajo y el propio consumo, ambos desestructurados hoy), pero lo que para los norteños es una pretensión, para los que llegan de fuera es una cuestión de supervivencia.


Este corto ha motivado mi reflexión y muestra la realidad de la que os hablo. También esconde una severa crítica al silencio de la sociedad alemana ante las injusticias, por graves que sean, y además tiene un irónico final. Lo principal es el conjunto de mensajes que transmite, sin que uno deba primar por encima del resto.

martes, 10 de abril de 2012

En el combate por la Historia


En 1999 el Ministerio de Educación del gobierno del Partido Popular empezó a financiar la elaboración del Diccionario Biográfico Español, empresa que debía llevar a cabo la Real Academia de la Historia (RAH) y que hasta la fecha ha requerido la inversión de 6,4 millones de euros (sacados del erario público). En mayo de 2011, cuando ya se habían publicado más de veinte volúmenes, la ministra de Cultura socialista Ángeles González-Sinde llamó la atención sobre el tratamiento de algunas de las 43.000 biografías de las que consta la faraónica obra. Ante las irregularidades que presentaban determinados escritos, el 12 de julio de ese año el Congreso congeló la subvención, condicionándola a partir de entonces a la rectificación de "aquellas biografías cuyo contenido no responda a la necesaria objetividad de los trabajos académicos". Sin embargo y pese a la advertencia de la Cámara Baja y a la protesta de algunos colectivos ciudadanos, el pasado 11 de febrero el diccionario sale a la venta sin la rectificación solicitada. La última noticia respecto de la polémica publicación es la voluntad por parte del Gobierno Popular de mantener y actualizar el Diccionario Biográfico Español destinando 163.790 euros para su financiación, según se vio después de hacerse públicos los Presupuestos Generales del Estado en los últimos días. Más allá de lo que supone seguir apoyando una obra que ha dejado patente su liviano rigor histórico, esta decisión por parte del actual Gobierno se ha realizado a costa de vulnerar una decisión adoptada por el Parlamento hace apenas ocho meses. 


Alguna de estas referencias controvertidas, que no solo carecen de rigor académico sino que también hacen gala de una tremenda permisividad terminológica respecto a determinados personajes históricos (algo que contrasta con la inquina con la que atacan a otros), aseguraba que "Francisco Franco pronto se hizo famoso por el frío valor que sobre el campo desplegaba" o que el mismo líder del bando vencedor de la Guerra Civil "montó un régimen autoritario pero no totalitario". Estas salvedades, obra del académico Luis Suárez, han sorprendido por su manifiesta cercanía a la figura del dictador y por la omisión de algunas de sus prácticas menos decorosas, como la represión (aspecto que, entre otros, ha sido estudiado recientemente por Paul Preston en su libro El holocausto español). Por otro lado, respecto de Juan Negrín, uno de los presidentes del Gobierno republicano en guerra, se dijo que su mandato fue “prácticamente dictatorial”. Sobre el caso de Manuel Azaña, último Jefe del Estado republicano, lo que resulta sospechoso es que su biografía fue redactada por Carlos Seco Serrano en lugar de por Santos Juliá, principal biógrafo de Azaña. Este curioso mecanismo de asignación se repite también con la vida de Dolores Ibárruri, que fue escrita por Stanley G. Payne, un historiador norteamericano de conocida tendencia conservadora

Este cúmulo de factores dirigido a cubrir con un suave manto de revisionismo autocomplaciente a algunos personajes históricos y a atacar de forma arbitraria a otros, ha llevado a un grupo de prestigiosos historiadores (que, "casualmente", habían quedado fuera de los que trabajaron en el Diccionario Biográfico Español) a emprender la redacción de una obra basada en rigurosos estudios históricos. Dicho trabajo llevará por nombre En el combate por la historia y presumiblemente verá la luz el próximo 23 de abril. Esta investigación ha estado coordinada por Ángel Viñas, eminente economista e historiador especializado en la Guerra Civil, y contará con especialistas donde destacan Julio Aróstegui o Paul Preston, entre muchos otros. Estos hombres avalan una idea que no es hacer ni una recopilación de biografías ni un análisis de un determinado período del siglo XX español desde el punto de vista de la izquierda, como tampoco es elaborar un contradiccionario (“Yo no he contrainvestigado nunca”, dice en EL PAÍS Carlos Barciela, uno de los catedráticos autores del libro), sino que, como afirma otro de los colaboradores, Josep Fontana, “se hace una puesta —o respuesta— al día al Diccionario y a toda una ola de revisionismo que es jaleada por la derecha entusiásticamente defendiendo que la Guerra Civil y la Dictadura fueron meros accidentes y que medio país estaba enfrentado al otro medio. Se ha reunido a la gente seria que ha investigado cada tema”. Se apuesta por un estudio fundamentado en la contrastación de datos y no en la mera aquiescencia ideológica que ha tratado de vender la ortodoxia a través de la Real Academia de la Historia.

domingo, 1 de abril de 2012

Un marzo con Bergman



Ingmar Bergman nació en Suecia en 1918, hijo de un severo pastor luterano. En su casa los castigos fueron moneda de cambio habitual, lo cual forjó en el joven Ingmar el carácter rebelde que marcaría su filmografía posterior. Afirma que fue uno de estos castigos el que le llevó a interesarse por el arte audiovisual, historia que refleja en La hora del lobo por voz de Max von Sydow: cuando contaba con pocos años de edad lo metieron en un armario a oscuras donde, según sus mayores, habitaban ratas que mordisqueaban los dedos de los pies a los niños que habían hecho cosas malas, encontrando para su alivio una linterna con la que permaneció alumbrando cada rincón hasta que lo liberaron. Después de aquello vino el proyector y, más tarde, la Historia.

El carácter netamente religioso que su padre había imprimido al hogar durante la infancia lo llevaron a reflexionar sobre Dios quizás con un grado de complejidad que no ha alcanzado ningún otro creador fílmico. De esta búsqueda constante de la presencia divina nacen El séptimo sello, obra cumbre de la cinematografía universal, y la trilogía del silencio de Dios: Como en un espejo, El silencio y Los comulgantes. Las meditaciones metafísicas de Bergman lo condujeron en casos como Gritos y susurros a detestar su falta de Fe y plasmar su deseo de devoción en la protagonista de esta película, que ante la proximidad de su muerte se ha convertido en una crédula creyente. Él se siente incapaz de creer, por lo que inventa un álter ego que ante una situación vital extrema idolatra al Eterno. Creo que esta obsesión con Dios es solo comparable a la que siente por el amor, fruto de los remordimientos que lo acompañaron toda la vida debido a las dificultades que encontró para mantenerse fiel a sus distintas esposas. La tensión marital, la arrogancia del marido frente a la esposa o la benevolencia con que ésta trata a aquél han quedado reflejadas en Secretos de un matrimonio, De la vida de las marionetas o Saraband. En todas ellas es notoria la profundidad con que realiza el análisis del perfil psicológico de los personajes, aspecto tan apreciable como difícil de encontrar en el cine comercial contemporáneo. Es probable que semejante circunstancia venga facilitada por el alto grado de correspondencia autobiográfica de estas historias: es complicado encontrar un director tan marcado por su infancia y tan fielmente autobiográfico como él.

Porque lo primero que llama la atención de las películas de Bergman es la sensación que transmiten de ser un trabajo en equipo. Él mismo reconoce que a lo largo de su dilatada carrera cinematográfica ha contado únicamente con tres operadores de cámara, pero nosotros a quienes vemos son a ese grupo de actores que se repiten cinta tras cinta a lo largo de los años y que hacen de forma inmejorable su trabajo. Max von Sydow, Gunnar Björnstrand y Erland Joshepson han sido su trío fetiche de actores masculinos y aún estoy por ver un fallo en la interpretación de alguno de ellos: por muy diferentes que fueran sus papeles estos tres señores en cada uno de ellos eran el ser más creíble que se puede imaginar. Sin embargo, como en toda regla siempre debe haber excepciones y ésta la cometió eligiendo a David Carradine como protagonista de El huevo de la serpiente, cuya actuación se me antoja a varios años luz de un director que demuestra semejante nivel. A pesar de su maestría con los actores, donde Bergman alcanza la excelencia es en el trato que hace del universo femenino, sensibilidad que han elevado al grado de efemérides actrices como Harriet Andersson, Ingrid Thulin, Bibi Andersson o Liv Ullmann. Con levísimas excepciones (Pasión, De la vida de las marionetas) la historia siempre está contada desde el punto de vista de estas mujeres, lo que permite un lucimiento sin igual de sus intérpretes. Es sobradamente conocido la predilección que siente el creador sueco por las féminas (sus numerosos matrimonios y algún hijo extramatrimonial dan fe de ello), de ahí que sea una tónica constante la aparición de un personaje femenino llamado Karin, como su madre, admiración que dejó patente en un corto llamado El rostro de Karin. Otro rasgo característico de sus películas es el de colocar a dos personajes mirando en dirección a la cámara mientras mantienen un diálogo, uno de ellos en primer plano y el segundo detrás, de forma que podemos ver los gestos de ambos, generalmente muy expresivos por otro lado.


Si bien esta particular colocación de los actores frente al objetivo es propio de Bergman, ¡qué decir de sus primeros planos! Los monólogos del final de La hora del lobo de Liv Ullmann y el de Ingrid Thulin en Los comulgantes son, aun con toda su grandeza, casi aperitivos si tenemos en cuenta lo que vemos en Persona, donde precisamente los perfiles de Ullmann y de Bibi Andersson terminan fusionándose en una misma cara. Hablando de caras, es famosa la admiración que Woody Allen siente por Bergman, pero en algún caso ha llegado a tal punto que es difícil diferenciar entre el estilo de Mia Farrow, Ingrid Thulin y Liv Ullman.


Ya en un apartado plenamente personal, antes de empezar el ciclo reconocí la seria dificultad que entraña acercarse a una obra como la de Bergman, así que decidí leer su autobiografía Linterna mágica intentando hacerme una idea de lo que me iban a deparar sus películas. Para pasmo encontré un libro donde apenas hace referencia a su cine y, por el contrario, se centra en su carrera teatral. No obstante, fue esencial conocer su infancia para entender su madurez y supongo que hasta cierto punto funcionó haber leído aquel libro, por lo demás realmente divertido gracias a su estilo socarrón. Lo que más he apreciado de la obra de Bergman ha sido esa capacidad para hacer de sus actores los mejores del mundo en cada película: para mi Max von Sydow e Ingrid Thulin han sido los mejores, aunque reconozco el enorme talento del resto. También es destacable la fidelidad de Sven Nykvist, su eterno y aclamado director de fotografía, al que es imposible no considerar de familia; y esa permanente sensación de la presencia de Bergman en cada plano, aunque no lo lleguemos a ver nunca. Fresas salvajes debería estar en cada biblioteca pública y esos actores en el Olimpo del Cine, así, con mayúsculas.

                                                                                            “Cuando el cine no es documento, es sueño
'Linterna Mágica', Ingmar Bergman

martes, 20 de marzo de 2012

Entrevista a Miquel Amorós


Miquel Amorós es un historiador valenciano, autor de libros como 'Durruti en la laberinto' o 'Perspectivas antidesarrollistas' y aquí me concedió una entrevista para el Curso de Especialista en Información Internacional y Países del Sur.

 
   1) Una de las causas del descenso de la contestación social ha sido la disolución de las clases a través de la automatización y el progreso, sin embargo parece que en Italia se está moviendo algo interesante, ¿cómo ve esta agitación de un sector de la sociedad italiana?

El proceso de desclasamiento y masificación se produce al colonizar la mercancía la vida cotidiana, es decir, al constituir la actividad fuera del trabajo un mercado, o como diría Camatte, al suceder al dominio formal del capital en la sociedad su dominio real. El conflicto entre clases queda integrado y superado, por lo que su función disolvente resulta negada. Las clases pulverizadas y domesticadas pasan a formar parte del sistema. Lo que ahora esta sucediendo con más o menos intensidad en Italia y en toda Europa, es que las consecuencias negativas de la especulación financiera y el despilfarro administrativo, fundamentos de la prosperidad de masas en el último periodo capitalista, recaen sobre aquellas. Esto provoca dos reacciones bien diferenciadas: en la masa desclasada surgen voces que reivindican pacíficamente una política más independiente del mercado y unas finanzas controladas por el Estado; en los excluidos y desertores del sistema emerge un rechazo violento de las reglas del juego de la sociedad capitalista, reflejo del vandalismo civilizado con que a diario ella les obsequia. Ejemplos de la primera son los movimientos de los indignados; de la segunda son las manifestaciones griegas, las revueltas de agosto pasado en la periferia de Londres y la algarada del 15 de octubre en Roma. Ambas son indicio de que la base social que sostenía el sistema se está desmoronando, o sea, de que la crisis económica ha desembocado en una crisis social. Dicha crisis no es lo suficientemente intensa para escindir la sociedad en dos bandos generando así un conflicto social de envergadura, y por consiguiente las alternativas se decantan hacia un reformismo imposible, al cual replica un nihilismo sin horizontes.
     
   2) Impuesta desde los países autodenominados 'desarrollados', la idea del desarrollo entendido como un progreso de la técnica que solucionará todos los problemas sociales se ha convertido en la religión mayoritaria de nuestra época, ¿cuál cree que son las consecuencias de este fenómeno y cómo afecta dicha cosmovisión a las sociedades 'en vías de desarrollo'?

En efecto, el desarrollismo es la ideología dominante, que no es más que la formulación contemporánea de la idea burguesa de Progreso, cuyos dogmas nos trasmiten los dirigentes. Las consecuencias hace tiempo que se están dejando sentir: explosión demográfica, urbanización desbocada, destrucción del territorio, contaminación, cambio climático, nuclearización, multiplicación de las diferencias sociales, anomia... El desarrollismo productivo es eminentemente destructivo. El mundo se mide de acuerdo con el estándar de vida norteamericano, por lo que, aquellos países que no lo alcancen se consideran, en la medida en que la cosmovisión tradicional no desarrollista no haya sido completamente erradicada, o bien “subdesarrollados”, o bien “en vías de desarrollo.” Éstos últimos son aquellos cuya clase dirigente ha interiorizado la mentalidad capitalista (o como dicen otros, “se ha occidentalizado”), decidiendo hipotecar los recursos nacionales y empobrecer a sus habitantes contrayendo enormes deudas, resultado de ajustes estructurales y planes de desarrollo dictados por instancias internacionales tales como el FMI, la OMC, la Banca Mundial o la propia OCDE. En la actualidad, todos esos planes hacen referencia a un “desarrollo sostenible”, eufemismo con el que se define un desarrollo que incorpora al mercado el deterioro medioambiental. La cosmovisión dominante no es pues diferente a la colonial. El desarrollismo tercermundista –o “del Sur”, en lenguaje políticamente correcto- defiende los intereses del mundo “desarrollado”, o sea, “del Norte” y, paradójicamente, puesto que sus intenciones declaradas son otras, contribuye a su apuntalamiento.
      
   3) La Cooperación Internacional para el Desarrollo, entre otros, trata de impulsar a estos países en la línea de crecimiento pautada precisamente por los Estados ricos, ¿que opinión le merece esto?

La “cooperación internacional” trata de mercantilizar en “el Sur” cualquier actividad, forjando a la vez una dependencia tecnológica y liquidando de paso culturas vernáculas y prácticas sociales que escapan a la economía. Intenta imponer el modelo sociocultural de “Occidente”, perjudicial para la población no integrada en el mercado global. Los países “desarrollados”, a través de programas de “ayuda” y “cooperación”, destruyen el tejido social que podría dificultar la mercantilización, es decir, que trabara la generalización de conductas típicas del homo economicus, el mismo tejido que capacita para el autogobierno, con el objeto de vender a una población sometida y manipulada un paquete modernizador que comprende el parlamentarismo oligárquico, la partitocracia, la cultura espectáculo, el embrutecedor sistema educativo o la sanidad burocratizada. Un cooperante experto diría en cambio que se está trabajando en la construcción “de un marco cultural e institucional para el desarrollo de los mercados.”
  
   4) Supongamos que los países ricos anhelan realmente que las sociedades menos económicamente favorecidas crezcan y terminen equiparándose con ellos económica y tecno-científicamente, ¿es posible la vida en un planeta donde el nivel de gasto y de consumo medio sea, pongamos por caso, semejante al de una potencia media como España?

Yo, abusando de la formulación de Marx, en lugar de ricos, hablaría de países donde reinan las condiciones modernas de la producción deslocalizada, o sea, países de capitalismo intensivo. Los demás son, más que pobres, países de capitalismo extensivo. Es necesario para la supervivencia de los primeros, que los segundos progresen en la capitalización, puesto que su “demanda” es ahora el motor de la economía mundializada. Pero por otra parte dicha progresión es nefasta desde el punto de vista ecológico puesto que incrementa la producción de gases con efecto invernadero, agota recursos, acumula basuras, suburbaniza, contamina y, en fin, destruye el planeta. A corto plazo desemboca en una degradación insoportable de la vida para las tres cuartas partes de la población mundial y en un aumento inaudito de las desigualdades sociales.

   5) Desde una perspectiva decrecentista, se lamenta que la Cooperación Internacional para el Desarrollo se haya reducido en los últimos quince años un 25% y se celebra que ciento cincuenta millones de personas se hayan incorporado al consumo en la última década (hago referencia al último editorial de Ignacio Ramonet), ¿cómo se aprecian estos mismos acontecimientos desde una lógica antidesarrollista?

No sé hasta qué punto los decrecentistas hacen suyas las editoriales de Ramonet más allá del estatismo que les es común. Pero en lo relativo a la “cooperación” desarrollista, la tendencia actual consiste en implicar más al capital privado multinacional –por ejemplo, mediante la esponsorización- y menos al público, ya que los Estados están peligrosamente endeudados. Las retiradas de fondos coincide por otra parte con la presencia creciente de las ONGs, que de una u otra forma reemplazan a los Estados como agentes de la mercantilización. El objetivo final de tanta caridad exportada no es la preservación del medio o la erradicación de la pobreza, sino la preservación del desarrollo y la erradicación de las resistencias. La oligarquía financiera mundial cree que la realización de tal objetivo es más segura a largo plazo en un marco político y empresarial semejante al que existe en “el Norte” neocolonialista, que en una dictadura militar o un régimen caudillista.

   6) Sin embargo, es lógico, comprensible y deseable que se pongan medios para paliar las necesidades humanas allí donde se produzcan, ¿cuál sería, bajo su punto de vista, la mejor forma de paliar los problemas que afectan a las sociedades en vías de desarrollo?

Para Simone Weil el problema fundamental consistía en desenredar la madeja de lazos que unían a la opresión social con el avance de las relaciones del hombre con la naturaleza, avance que la ciencia y la tecnología al servicio de la economía habían hecho posible. A mi modo de ver, la solución no es otra que salir del desarrollo, negando el dominio que ejerce la economía autónoma sobre la sociedad. Apartarse de la vía capitalista: el capitalismo es un fenómeno relativamente reciente, tiene apenas doscientos años, pocos más que la idea de Progreso; a la humanidad no le ha ido peor unos miles de años sin ambos. Eso significa reconstruir la sociedad desde abajo y desde lo local, desde el autogobierno y la ética, en base a relaciones sociales directas y comunales, no mediatizadas por dinero ni guiadas por el beneficio económico, sino orientadas hacia la satisfacción de necesidades reales. Habrá que poner en marcha un proceso de desurbanización, desestatización y descapitalización de vasto alcance, seguramente favorecido por un previsible colapso de la sociedad capitalista, consecuencia de la irresoluble contradicción entre la disposición de recursos limitados y el consumo ilimitado de los mismos exigido por su imparable necesidad de crecer. Ni la ciencia ni la tecnología, evolucionando en la dirección marcada por el desarrollismo, podrán remediarlo. Tendremos que renunciar a buena parte de sus “logros” en la medida en que reproduzcan condiciones opresivas y por consiguiente sean incompatibles con la libertad, poniendo el resto al servicio de una sociedad humana liberada. Iván Illich ha formulado la conclusión muy ponderadamente: “Debemos edificar una sociedad post-industrial de tal manera que el ejercicio de la creatividad de una persona nunca imponga a los demás un trabajo, un saber o un tipo de consumo obligatorio.”