"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

domingo, 28 de octubre de 2012

De la necesidad de una nueva ciencia política, o el arte de viajar hacia dentro (*)

 

        Las ciencias sociales conservan íntegro su complejo frente a las ciencias naturales; un complejo equivalente al que sufren las letras con los números, tan abstractas aquéllas y tan exactos éstos. Alguien observó una vez que mientras los hombres de ciencia destinaban sus esfuerzos a hacer el mundo más sencillo, los de letras se empeñaban en hacerlo más complicado. Esta frase, que me ha acompañado desde que la leí, es un bálsamo para nuestro citado complejo y permite sacar pecho frente a la eminente labor de los científicos naturales, pero no es suficiente. En la actualidad seguimos viendo cómo las Facultades donde se enseñan conocimientos humanistas se bautizan colocando el nombre “ciencias” antes del apellido, lo que vuelve a denotar un longevo sentimiento de inferioridad empírica.

La ciencia de la política no escapa a semejante fenómeno. Por ello la deriva que ha seguido la disciplina encargada de ayudarnos a gobernar la vida se ha centrado en las categorías logísticas de la misma, provocando “el abandono del conocimiento ontológico de las formas y maneras de vivir”. Se plantea así una pérdida de profundidad que converge con una sucesiva ganancia en la superficialidad, no solo porque “se ha ido desprestigiando todo conocimiento teórico en el que entren de alguna forma el sentimiento, las pasiones, los sueños, las fantasías, la filosofía o el arte”; sino porque además este ámbito del conocimiento, a fuerza de ser desdeñado por los estudiosos, ha terminado por ser marginado también entre la población. El resultado es un mundo donde, después de que Nietzsche matara a Dios, los hombres debían marcar sus propios límites. Pero la moral se ha disipado. En su lugar hemos desarrollado el castigo para la acción y la idea desviada, o la percepción de “la espiritualidad y la fantasía como restos irredentos (…) que, una vez privatizados como manías o neurosis, acabarán por extinguirse.” Vamos a una homogeneización de la existencia donde no existan las personas y sí las gentes. Y esta evidencia se vuelve especialmente amarga cuando vemos nuestras universidades abarrotadas de gentes recibiendo clase, y una gran mayoría de gentes impartiéndolas.

Si la Academia ha sucumbido y la ciudadanía reproduce la derrota, ¿cómo revertir el proceso?

Hoy hablamos de una “destrucción de la inteligencia original y de falta de sensibilidad” que a mi juicio se traduce en la separación espiritual entre los hombres, y de éstos consigo mismos. Y cada intento de romper esta brecha ha sido desechado u olvidado por nuestra época, lo saben Andrei Tarkovski, Johann Sebastian Bach y Fiodor Dostoievski; lo saben Ingmar Bergman, Heinrich Schütz y Hermann Hesse. Se ha producido un trasvase del protagonismo en Europa a Estados Unidos, y otro paralelo en el que la transcendencia ha perdido peso en favor del entretenimiento, de ahí que los nombres que copen las estanterías de nuestro tiempo sean Ken Follet, James Cameron, y Justin Bieber. Así pues, se plantea la necesidad de volver a mirarnos dentro, de elaborar una nueva ciencia política donde el mundo interno, esto es, “la letargia (…)  debe ser liberada y puesta del lado del conocimiento”. Y para ello en la retórica será pertinente no fomentar tanto la dispositio y posterior elocutio, e incentivar la inventio: “la manera de pensar y decir que funciona in foro interno y que no requiere a veces de palabras; en ocasiones es fruto del silencio, de las artes in-fantes de las naciones”.

A la hora de hacer pensamiento político, nuestro país se ha visto tradicionalmente apresado de un lado por el “fundamentalismo católico” y del otro por “la exigencia revolucionaria de la tradición marxista”, por lo que “desde la posguerra las cuestiones más importantes quedaban sistemáticamente fuera de los intereses oficiales”. Sin embargo, esto no es óbice para desdeñar las posibles aportaciones que pudieran realizarse desde España, especialmente desde la apertura intelectual que tiene lugar con la llegada del milenio, porque se trata de una visión (la nuestra) “muy cualificada para hablar como testigo de la militarización de la política, la inflación, el imperialismo, el fundamentalismo religioso o la decadencia imperial”, además de poseer “una tradición literaria y humanista de prime orden”. Será precisamente aquel fundamentalismo católico, encarnado en “el odio al papismo”, el elemento cultural europeo que más despreciará Estados Unidos y que le llevará a construir su sistema político plural. 

Una de las personas que más contribuyeron a edificar ese pluralismo fue Eric Voegelin (1901–1984). La vida de este pensador fue una alegoría de lo que ocurrió con el pensamiento: nacido en Viena, pronto emigrará a Estados Unidos para “construir una ciencia madura de la política, una politología independizada de la tiranía del derecho público” reinante en la Europa de su tiempo. Voegelin “plantea (…) la comprensión del término dios como locus de poder, utilizado así por el hombre para generar orden en su existencia.” Pone su atención en las culturas tradicionales, distinguiendo a la egipcia, la mesopotámica y la helénica de la cultura hebrea. Si las dos primeras construyeron una omnipotencia que todo lo abarcaba, la griega “genera leyes que gobiernan la naturaleza, la materia, a los dioses y a los hombres”, mientras que la tradición judía distingue “dos áreas de realidad, vaciando el cosmos de toda divinidad” de forma que se produce una “renuncia a la omnipotencia”. El pueblo hebreo, entendiendo así la realidad, reconocen que “Dios es una ausencia y no una presencia”, como las palabras cuando ocultan el silencio, de lo cual “surge un mundo político más limpio en el que se doblega por primera vez la tentación de omnipotencia.”

A modo de conclusión, cabe señalar lo que a mi parecer deben ser las primeras piedras de un nuevo camino para la ciencia política: una superación del complejo frente a las ciencias naturales que permita a las humanidades retornar a la reflexión sobre el mundo interno y reforzar la moralidad, ayudar a que Europa desarrolle las aportaciones que hoy alberga en potencia y, por último, socavar la hegemonía del entretenimiento e incentivar la consciencia trascendente que rompa el abismo que separa a los seres humanos del resto de personas y de sí mismos.


El viaje será hacia dentro.

(*) Los entrecomillados pertenecen íntegramente al libro ‘La recuperación del buen juicio’ del catedrático de Ciencia Política Javier Roiz.

domingo, 21 de octubre de 2012

Entrevista con Ángeles Díez, profesora de Cine Social y Político en la Universidad Complutense de Madrid


  
      1) El cine es siempre un medio de comunicación y, en ocasiones, consigue elevarse a la categoría de arte. En una época donde el consenso general es considerar al celuloide como un entretenimiento más dentro del espectáculo, ¿cómo valora la capacidad del cine como creador de imaginarios colectivos?

En primer lugar no comparto las afirmaciones que inician la pregunta porque son muy genéricas y demasiado asertivas. El cine es por encima de cualquier otro aspecto una industria. Desde que los Lumière pusieron en marcha la primera máquina cinematográfica su intención era obtener unos ingresos. Eso no quiere decir que no se convirtieran, sin quererlo en documentalistas de la época, testimonios impagables de un espacio y un tiempo. Edison y los negociantes estadounidenses vieron en el nuevo invento una oportunidad de negocio que no supieron medir los hermanos Lumière. Desde mi punto de vista, por la época en que nació el cine, ya podemos decir que no se puede separar su esencia como producto artístico y como mercancía de la que obtener una rentabilidad.

Por otro lado, el cine nunca ha sido considerado sólo un entretenimiento. Su potencial para crear ilusión y despertar la imaginación, para transmitir ideología al tiempo que contar historias, hizo que desde sus orígenes fuera disputado como un canal inigualable para diseminar valores, ideas, etc. Es decir, para convertirse en un instrumento de propaganda (en una dirección o en otra). El cine forma parte de las industrias culturales que desde el inicio de la modernidad son las responsables de la producción y reproducción de la ideología dominante, es decir, de la construcción de hegemonía. Eso no quiere decir que no haya sido, y sea también, un espacio donde se puede generar contrahegemonía.

    2) En América Latina a mediados del siglo XX la industria cinematográfica estaba fuertemente controlada por Estados Unidos como parte de su estrategia para mantener subordinados a los países del subcontinente. Eso se consiguió gracias a al cuasi monopolio de la distribución y a la reproducción de los patrones y los valores hollywoodienses en las películas latinoamericanas, ¿hasta qué punto considera que esa situación es parecida a la que vivimos en la actualidad en los cines de todo el mundo?

Creo que la situación es parecida pero la concentración de la industria cinematográfica es mucho mayor que a mediados del siglo XX. El proceso de globalización relacionado con el desarrollo de la tecnología digital ha tenido como una de sus consecuencias un mayor control de la distribución cinematográfica. Excepto el caso de la industria india que es muy particular con un mercado muy extenso y una producción que casi dobla la estadounidense, en el resto del mundo, incluida Europa, el 90% de la cuota de mercado (recaudación en taquilla) corresponde a las llamadas majors, término que designa a los mayores estudios de producción y distribución de productos cinematográficos (hoy en día se incluyen también vídeos domésticos, videojuegos, productos multimedia, etc.) Century Fox, Paramount, Warner Bros, Walt Disney Studios, Columbia, Universal, son seis de los majors que controlan la producción comercial para el gran público en todo el mundo.

   3) La respuesta espontánea en ese momento por parte de los cineastas latinoamericanos fue poner en marcha un cine propio, que hablara un lenguaje autóctono y que atendiera los asuntos patrios; algo parecido a lo que ocurrió años antes en el Neorrealismo, ¿por qué resulta tan importante edificar un cine propio de cara a la liberación cultural, social, económica y política?

La respuesta latinoamericana a la colonización cultural e ideológica no fue espontánea, fue el resultado de la expansión de los movimientos de liberación en todo el mundo. En África también se produjo un cine independiente a partir de la revolución Argelia (entre 1954-62). En América Latina se trató de un cine muy vinculado a estos movimientos, no sólo porque los directores estaban políticamente muy implicados sino porque los movimientos de liberación dieron un papel importante al cine en el proceso de concientización de las masas. La base del colonialismo no es solo la imposición política o la dependencia económica, para que el colonialismo pueda sostenerse extrayendo todos los recursos de la colonia hacia la metrópoli, tiene que contar con el sometimiento de la población. Este sometimiento se consigue no sólo mediante el uso de la fuerza sino corrompiendo a las élites locales e imponiendo una forma de vida, unas aspiraciones y una cultura ajenas. El cine ha cumplido un papel fundamental en el dominio y el sometimiento al trasladar unos valores y una forma de ver el mundo importadas, naturalizando la dominación. Es por eso que también el cine en manos de militantes y activistas se convirtió en un arma de liberación.

   4) Además de los rasgos señalados en la pregunta anterior, el Nuevo Cine Latinoamericano puso en práctica un cine político que algunos autores del propio movimiento han diferenciado en cine militante, cine-arma, cine ideológico y otras categorías que matizan el significado original. Es evidente que se buscaba una reacción en la población, ¿cómo valora la repercusión que tuvo en la práctica este Nuevo Cine Latinoamericano?

Especialmente el cine de Base y el cine de liberación argentino tuvieron un papel muy importante porque, más allá del número de producciones –que fue más bien escaso-, se apoyaba en nuevas formas de distribución, en general clandestina. Se proyectaban los materiales en salas y en cines rurales y se armaba un coloquio. Estos debates eran casi más importantes que el material proyectado porque suministraban información y generaban conciencia.

Desde mi punto de vista fue muy importante el papel que cumplió entre los intelectuales porque generó una conciencia propia de lo que significaba el subdesarrollo, porque dio a conocer una realidad desconocida para una generación que puso en marcha procesos revolucionarios.

   5) Esta investigación versa sobre un aspecto característico del Nuevo Cine Latinoamericano, y es la ruptura fílmica que plantea respecto al cine de Hollywood, ¿dónde cree que residen las diferencias de fondo que plantearon estos directores y estas películas respecto de las que se hacían en los Estados Unidos?

La principal ruptura es que no se trató de un cine-mercancía. Lo que se filmaba y cómo se filmaba estaba fuera del mercado. No se producía para el consumo sino para contribuir a hacer la revolución. Por otro lado, los temas que se trataban estaban en las antípodas. A la industria hollywoodense le interesaba exportar una forma de vida y obtener beneficios económicos, ser rentable en ambos sentidos, en el material y en el ideológico. Para ello, la realidad reflejada, las historias que se cuentan reproducen estereotipos y generan un mundo con el que sentirse identificado.

También la estética es completamente diferente. En el caso del cine de Hollywood, ésta se pone al servicio del entretenimiento, del ocio, con una gramática acorde, sin que el espectador tenga que hacer el más mínimo esfuerzo por entender o desentrañar mensajes. En el caso del cine militante latinoamericano se planteó también una ruptura estética porque se trataba de liberarse de los contenidos y los lenguajes.

6) Sin embargo, no solo se establece una diferenciación con el cine norteamericano, sino también con el cine político que, por ejemplo, planteaban en aquellos años Constantine Costa-Gavras o Gillo Pontecorvo. Esta separación viene argumentada por el apoyo que tuvieron las producciones de este tipo, mientras que los cineastas de América Latina tuvieron que luchar contras las dificultades económicas, el ostracismo popular y la represión política. Si ya entonces se desmembraba el cine político, ¿qué futuro piensa que le espera hoy entre tantos blockusters, comedias románticas y filmes autocomplacientes?

Las películas de Gavras o Pontecorvo no fueron películas para las grandes masas, fueron producciones arriesgadas que en determinado momento fueron interesantes también para la industria estadounidense. Pero no pueden compararse con las producciones de Hollywood que inundaron todas las salas europeas y latinoamericanas.

El futuro del cine político dependerá del futuro de los movimientos sociales y los sujetos políticos que, organizadamente, busquen vías de comunicación que trasciendan sus entornos inmediatos. Hoy en día el género documental es el que está más próximo a lo que fue el cine político de ficción de los años cincuenta y sesenta en Latinoamérica. Se trata de un cine documental político más individual, más obra de autor que obra colectiva pero en la medida en que vaya surgiendo la necesidad de poner un instrumento tan potente como el cine al servicio de una causa social se reactivará la producción de cine político. También la tecnología digital y la facilidad con la que se puede producir hoy en día una película ayudan a que haya más producciones de este tipo. Otro problema es la saturación y la dificultad de la distribución.

domingo, 14 de octubre de 2012

El futuro de la tierra de Bolívar



Mesa antes del inicio de la conferencia. De izquierda a derecha: Secundino González, Juan Carlos Monedero, Víctor Bustamente, Carlos Rodríguez, Manuel Monereo y Lucas Monsalve.


          La Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid celebró en la mañana del 10 de octubre una conferencia que analizaba el resultado de las últimas elecciones presidenciales venezolanas. Confirmada la baja de última hora del profesor Jorge Verstrynge, al acto organizado por la Asociación de Izquierda Progresista finalmente asistieron cinco ponentes: dos de ellos apoyando al gobierno bolivariano de Hugo Chávez, Juan Carlos Monedero y Manuel Monereo; dos en una línea crítica más favorable a Henrique Capriles, Carlos Rodríguez y Lucas Monsalve; y una voz más moderada, la del profesor Secundino González.

El acto se celebró en el salón María Luz Nájera bajo el rótulo “El futuro de la tierra de Bolívar” y moderado por Víctor Bustamante, que hizo una declaración de intenciones desde la presentación de los invitados “de izquierda a derecha, como debe ser”, indicó. Así tomaba el turno de palabra Lucas Monsalve, exprofesor de origen venezolano en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y estudiante de doctorado en nuestro país, quien incidió en el componente emocional de la campaña electoral chavista donde “ganó el corazón frente a la razón” y destacó su carácter “barriobajero” debido a los calificativos con los que el presidente Chávez tildó a su oponente político, entre los que se encontraban cochino, cerdo o escoria humana. A juicio de Monsalve, Capriles se mostró más cauto mostrando un comportamiento más correcto y centrándose en construir “una Venezuela donde cupieran todos y donde debían caber todos”. En unos términos parecidos se expresó Carlos Rodríguez, un ingeniero que ha colaborado con la Mesa de Unidad Democrática (MUD), y que comenzó destacando el éxito democrático que ha tenido lugar en su país “porque de cada diez venezolanos, ocho han ido a votar”. Sin embargo, tomando el testigo de su compatriota en la ponencia, denunció el abuso de recursos públicos de los que había echado mano la candidatura gubernamental para potenciar su campaña, provocado a su juicio un terrible desequilibrio entre la capacidad de promoción de uno y de otro. Como buen hombre de números, aportó datos interesantes que revelaban comportamientos destacables en los comicios: en Venezuela solo el 4,53% de los ciudadanos son ricos, mientras que el 18’1% son considerados de clase media-alta, lo que significa que aproximadamente la mitad de los votantes que obtuvo la MUD no son pobres, rompiendo con una versión dominante que sostiene que los económicamente más necesitados solo apoyan a Hugo Chávez. De la misma forma, prosigue Rodríguez, ha habido ricos que han dado su voto al comandante, son los denominados “boliburgueses”, lo que le dio pie a insistir en que “esto no va de ricos ni pobres, ni de derecha ni de izquierda”.  

En una línea distinta intervinieron el analista Manuel Monereo y el antiguo asesor del gobierno bolivariano Juan Carlos Monedero. El primero hizo énfasis en la relevancia de la figura de Hugo Chávez dentro de la transición política que atraviesa el mundo y que tiene en América Latina un actor determinante por la democratización generalizada que está experimentando, por su proceso de integración regional, así como por ser testigo director de la emergencia de una potencia mundial: Brasil. En segundo lugar, destacó la limpieza de las elecciones debido a que “por primera vez ha habido una oposición democrática”, algo que se hizo patente con la rápida aceptación de la derrota por parte del MUD. Monereo concluyó su exposición destacando que, frente a la exclusión social dominante en los últimos tiempos en América Latina, Chávez viene a consolidar “la independencia nacional, que los recursos se queden en el país, la continua aplicación de las políticas sociales y la garantía de la democracia venezolana como un sistema que democratiza las relaciones sociales”. El profesor Juan Carlos Monedero, por su parte, encendió la conferencia con su habitual capacidad para estimular los ánimos de tirios y troyanos. En su opinión el gran logro de Hugo Chávez ha sido conseguir que “los invisibles se visibilicen”, mientras que con una fuerte convicción exigió el fin de las mentiras que a su parecer se vierten sobre el actual jefe del Estado en lo referente a los canales informativos, ya que “el 80% de los medios están en manos de la oposición”. Durante su intervención se defendió de quienes en los días previos a los comicios le tildaron de politólogo al servicio de Chávez por prever una victoria de éste en torno a los diez puntos, victoria que finalmente se ha confirmado en esos parámetros, al tiempo que pedía la respuesta de los supuestos analistas oficiales que daban por ganador a Capriles: “Estoy esperando la disculpa de los sociólogos mercenarios”, afirmó Monedero. Finalmente, achacó la derrota del candidato opositor a la propuesto de “un modelo que se parece demasiado a lo que hace en España Mariano Rajoy”, planteamiento que evitaría que los ciudadanos se sintieran vinculados al líder de la oposición unificada.

El maestro de Ciencia Política Secundino González, mucho más moderado en sus palabras y ajeno al par de bloques enfrentados que representan sus compañeros de mesa, reconoció el logro de las elecciones por su inédita transparencia y vino a quitar importancia en el resultado final al desequilibrio de recursos existente entre Capriles y Chávez ya que “en la historia ha habido partidos que han perdido las elecciones a pesar de contar con mucho más recursos”, poniendo como ejemplo la derrota del saliente Frente Sandinista frente a la Unión Nacional Opositora en las elecciones nicaragüenses de 1990. Además introdujo el término “iliberal” para hacer referencia a aquellos gobiernos que, si bien han sido elegidos de forma democrática gracias al apoyo mayoritario de los ciudadanos, su práctica política vulneraría en alguna medida determinados principios del liberalismo democrático, ubicando al presidente Hugo Chávez en esta categoría.


En una segunda ronda de intervenciones los ponentes se centraron en el futuro que espera al país latinoamericano a medio y corto plazo. Monsalve y Rodríguez centraron sus intervenciones en los desafíos que enfrentará la oposición, siendo el principal de todos ellos el mantenimiento de la unidad y la recuperación del duro golpe que ha supuesto la derrota en las urnas. Mientras que Monsalve hizo hincapié en que “el camino de la oposición es ganar de abajo para arriba”, comenzando su ascenso cosechando victorias desde los pequeños municipios, Rodríguez exigió una mejora en el desempeño de las funciones estatales: “mejor gestión, esa es la clave”. Al tiempo que para el doctorando “el peso de la unidad de América Latina es muy duro de llevar”, haciendo referencia a la supuesta disociación entre el grandilocuente mensaje bolivariano en busca de un continente unido y la desatención de la ciudadanía y las gestiones cotidianas, el ingeniero puso en tela de juicio el antiimperialismo de su gobierno, ya que “tres millones de barriles de petróleo salen cada día de Venezuela con destino Estados Unidos”. También insistió en que uno de los puntos clave que debe atajar el gobierno en los próximos seis años es la seguridad, en vista de que “cada fin de semana mueren trescientas personas, y el 90% lo hace en las zonas pobres”; y es que a su juicio el futuro del país pasará por tres puntos clave: la asimilación de la victoria por parte de Chávez, su estado de salud, y por cómo interprete la oposición lo ocurrido.

Manuel Monereo, por su parte, se centró en un análisis de lo que deben ser Venezuela y América Latina en los próximos tiempos. Según su punto de vista “América Latina tiene la oportunidad de ser sujeto y no mero objeto del cambio político global”, el continente juega además con una ventaja añadida gracias a que “tiene todo lo que al vecino del Norte le falta, incluido el petróleo”; sin embargo, advierte, “Venezuela debe romper la dependencia que tiene del petróleo”, algo en lo que coincidían los cinco conferenciantes. Señaló la construcción de un Estado eficiente como el déficit más importante a subsanar en la presente legislatura, de la misma forma que planteó el “hiperliderazgo” personal de Hugo Chávez como un elemento difícilmente evitable en el comienzo de la movilización masiva, pero que en el futuro “debe empezar a ser un rasgo sustituible”. En último lugar, Monedero, que disculpaba el “hiperliderazgo” como una consecuencia de la conexión directa entre el pueblo y su presidente, señalaba también una lista de problemas en una exposición que por momentos se veía interrumpida por las intervenciones espontáneas de algunos asistentes, a saber: la mencionada debilidad del Estado con su consecuente problema administrativo, la numerosa y preocupante corrupción presente en el país, el igualmente citado rentismo del petróleo y el clientelismo de partido; todos ellos asuntos a erradicar a la mayor brevedad y eficacia posibles.

La conferencia debía terminar con una ronda de preguntas por parte del público, pero en el auditorio los ánimos se calentaban con el paso de los minutos y apenas se permitió la respuesta a una ronda de tres preguntas. El foco de la indignación fueron las intervenciones de Juan Carlos Monedero, quien fue increpado desafortunadamente por algunos asistentes al punto de intercambiar acusaciones en una agitada disputa dialéctica. La trifulca finalmente no pasó a mayores y el salón de actos, que había conseguido sobrepasar el aforo, se fue vaciando poco a poco tras más de dos horas de conferencia sobre las elecciones y el futuro en Venezuela.  

martes, 9 de octubre de 2012

Discursos de cine (II)

                                        ¿Por qué vemos cine?

Andrei Tarkovski afirmó que el objetivo del espectador es “rellenar las lagunas de su propia experiencia; es como si fuera a la caza del tiempo perdido”, un tiempo perdido debido a la pérdida del hombre de la capacidad de intercambiar sus experiencias. Mientras, a juicio de Ingmar Bergman, “no hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma”, de forma que el cine reverbera el espíritu humano más que ninguna otra expresión artística. Distanciándose de la opinión del maestro sueco, el director taiwanés Edward Yang recogió el testigo de Tarkovski y sostiene que “vivimos tres veces más desde que el hombre inventó las películas”.

Considerando que casi con toda probabilidad hay una razón por cada persona que dedica tiempo en acercarse al celuloide, mi intención aquí es, simplemente, explicar la mía.


El cine supone, por encima y más que cualquier otra cosa, la ruptura de los horizontes mentales. Nuestro mundo cada vez es más rígido, anclado en convencionalismos que arrastramos generación tras generación, y una de las herramientas que se nos brinda para salir de la cuadratura es el cine. Hace tiempo que el hombre, como ser consciente de su existencia, ha dejado de mirarse a sí mismo, no se cuestiona; por el contrario, transita por la vida temeroso de lo que pueda hallar y atrapado dentro de una armadura que cada día consta de una capa más. Por ello algunas de las películas que más aprecio son las que obligan a sus  personajes a atravesar por dilemas morales y a enfrentarse con problemas profundos -humanos al fin y al cabo-, ambas circunstancias prácticamente olvidadas en los ‘blockbuster’. Si el cine no solo no contribuye a quebrar la barrera que separa a los seres humanos de sí mismos y de sus semejantes, sino que además la fortalece, corre el terrible riesgo de haberse esfumado como expresión artística y, como dice Fernando Birri, ya no será cine sino “subcine”.

Otra de las sensaciones valoro, relacionada con la anterior, es la del descubrimiento –por cierto, el descubrimiento, otro de los placeres inherentes al género humano que él mismo se ha encargado de convertir en miedo–, de ahí que otra tanda de películas que amo sean las que muestran algo que merezca la pena descubrir. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que las películas de éxito tampoco buscan aportar conocimientos nuevos, aunque, por otro lado, la mayoría de los espectadores no buscan tal cosa.

Más allá de la complejidad de los personajes o lo novedoso que pueda resultar, el cine debe ser valorado también por su innovación artística, de ahí que un sector de cinéfilos muestre un gran interés por los directores, auténticos autores de sus obras. Son ellos quienes tienen la capacidad de hacer avanzar un arte que como  máquina de generar dinero poco más tendrá que decir en el futuro. Alexandr Sokurov, un director ruso, afirma al respecto que “el cine no puede aún pretender ser un arte y, aunque aspire a serlo, todavía está lejos (…) Le falta todo por aprender, especialmente de la pintura, porque la apuesta principal es pictórica. Quizás el cineasta peterburgués esté en lo cierto y el primer paso para salvaguardar su progresión sea considerar que, después de todo, el cine aún no sea un arte.

A pesar de todo, sería crédulo pensar que la tónica vaya a cambiar: una gran corriente de películas moverán inmensas cantidades de dinero y alimentarán el estancamiento del cine, mientras que una corriente marginal y económicamente insignificante buscará su avance y reivindicará un uso distinto del mismo. Con toda probabilidad la brecha entre ambas corrientes será cada vez mayor, con el peligro de extinción por asfixia que esto supone para el segundo; y con el grave riesgo que conlleva conocer a Spielberg y no a Dreyer.

Está en nuestra mano detenernos, pensar el cine y los usos que hacemos de él. Dejando a un lado la supervivencia de las vanguardias, del cine de autor o como quiera que lo llamemos, lo más valioso que podemos hacer por él es interesarnos y elegir, no dejarlo de lado a pesar de la generalizada pérdida de calidad y averiguar qué puede hacer él por nosotros. Respetar al cine es la única forma de conseguir que él nos respete a nosotros, y reducir nuestro contacto a ‘La jungla de cristal 5’ no creo que sea un buen comienzo.

martes, 2 de octubre de 2012

Discursos de cine* (I)



            Hace unos meses esperaba en la fila de las taquillas de un multicine cuando apareció, por casualidad, una conocida de la pareja que tenía delante. Después de una breve conversación ella les preguntó qué iban a ver, a lo que ellos la contestaron que aún no lo sabían. Recuerdo que esta circunstancia me sorprendió tanto que desde entonces recurro a ella para reflexionar sobre los usos que hoy hacemos del cine.

Sobre este asunto leo con indignación “Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas”, una investigación de Frédéric Martel donde se narra el nacimiento del fenómeno multicines, originario de Estados Unidos y extendido posteriormente a buena parte del resto del mundo industrializado. La mayoría de cines ya no están en las ciudades sino en los centros comerciales de la periferia urbana, los cines ya no tienen una pantalla sino al menos una decena y las películas que allí se proyectan vienen acompañadas de palomitas y refrescos; refrescos, por cierto, de la marca que tenga un acuerdo de venta en exclusiva con la cadena de multicines en cuestión. Independientemente de la subrepticia transmisión de mensajes y valores que integra cada filme, de cara al espectador el cine debe tener un alto componente de entretenimiento, condición que se inserta en una tendencia muy moderna que desprecia aquello que no sea dinámico y envasado al vacío; algo que, por otro lado, es seguramente lo que iba buscando la pareja de la que hablaba al principio. Una consecuencia inmediata es la producción en masa de un cine banal, vacío y de consumo rápido, que suele ser el que mejores resultados da en taquilla; y, en un mundo donde el éxito se mide en beneficios, la financiación se dirige a los taquillazos de más baja estofa. 

Así pues, el cine, como el resto de las artes, es parte de la mercantilización, y lo es hasta tal punto que el público mayoritario ya no ve cine, sino películas. La diferencia es crucial, ya que éstas carecen de la profundidad que posee el primero y exigen un esfuerzo mucho menor al espectador. Una película es, recurriendo a un ejemplo reciente, Magic Mike; y rodar una historia así no es hacer cine. Éste, por el contrario, requiere de un interés mayor por parte de la persona que se acerca a él, además de un amor por el arte idéntico al que se le supondría a un amante de la pintura y no al mero comprador de cuadros.

La industria ha alimentado el consumo de películas y, en consecuencia, ha arrinconado al cine; que, asentado definitivamente como cultura de masas, ha pasado a formar parte del espectáculo y de la representación masiva. El entretenimiento efímero y banal se convierte de forma instantánea en un clásico de cartelera; y a él, al entretenimiento, se destinan los ‘blockbuster’ que se estrenan cada fin de semana. Sin embargo, de la misma manera, existen personas que huyen de una motivación tan sencilla y buscan algo más en el celuloide. Por eso, llegados a este punto, ¿por qué invertimos una porción de nuestro tiempo en sentarnos a ver la proyección de una cinta?


* El título de esta entrada que presentaré en dos partes hace referencia a la sección que el compañero Víctor Martín Gómez dedica al análisis político del cine en su página web: www.otravueltadetuerca.net