"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

jueves, 18 de junio de 2015

Sobre la Verdad y sus velos



"La sociedad se enfrenta al mismo dilema una y otra vez:
la verdad o el amor. Lo resuelve por lo general sacrificando,
a la vez, la verdad y el amor".
Romain Rolland 

Escribía Louis-Ferdinand Céline al lector de su Viaje al fin de la noche que lo mejor que podía hacer, una vez llegado al mundo, es salir de él, cuerdo o loco, con miedo o sin él. Podría pensarse que las palabras del escritor francés son una reminiscencia de un aforismo de Teognis de Mégara, el lírico griego del siglo VI a.C., que a su vez fue recogido por Sófocles en Edipo en Colono: “No haber nacido es la mayor de las venturas, y una vez nacido, lo menos malo es volverse cuanto antes allá de donde es uno venido”. Teognis plasmaba el ánimo trágico de su tiempo, el mismo que, según apuntaba Cornelius Castoriadis, era uno de los núcleos del antiguo espíritu griego, de ahí que nos enseñe de nuevo el camino al Hades. Sin embargo, Céline es ambiguo, no nos invita a morir, sino que nos llama solamente a librarnos de un mundo que reconoce enfermo.

Una de las perversiones de nuestra época, y quién sabe de cuántas otras, es haber sepultado la verdad, el significado profundo de la realidad, que hoy vive oculto detrás de incontables velos. Es un fenómeno que Emilio Lledó, un hombre que vive rodeado por diez mil libros, evidencia al hablar de la Universidad, cuando nos dice que debemos formarnos con el fin de ser mejores personas, algo que no se logra alimentando una expectativa laboral, sino fortaleciendo la pasión en los estudiantes. Y es urgente recordar ahora que estudiar no es una actividad exclusiva de los jóvenes, sino que es una actitud digna de ser profesada dentro y fuera de las aulas; he ahí la diferencia entre el estudiante y el estudioso: uno es efímero, el otro imperecedero. 

Honor, gratitud o respeto son términos en retroceso, igual que la pasión de la que hablaba Lledó. Una breve historia personal valdrá de ejemplo: en los seminarios de Doctorado del presente curso, ninguno de los profesores que los impartían –con la mejor intención– nos llamó al amor por aprender o a la entrega por los libros, el lenguaje estaba cargado de otras expresiones: investigar, publicar o producir. Posiblemente entendieran que la vocación venía dada, sin embargo, incurrimos en la negligencia flagrante de alimentar los elementos superfluos y olvidar los fundamentales. Por eso Søren Kierkegaard, en Las obras del amor, nos recuerda: “Cuídate de la comparación que el mundo te impone, ya que el mundo entiende tan poco de entusiasmo como un financiero de caridad”. El mensaje es de enorme riqueza, ya que concede a su lector un entusiasmo esencial, reconocimiento que no es generoso, sino inteligente y veraz.  

Los traductores del filósofo danés al español recurren insistentemente a un término, celado, que abre nuevas interpretaciones. Velado significa que algo permanece oculto, así entendía Martin Heidegger la aletheía, la verdad por no-olvido, su significado literal en griego (el Leteo era el río en el que bebían las almas de los muertos antes de reencarnarse con el fin de olvidar sus vidas pasadas). Celado, en primer lugar, implica que el sujeto aspira al objeto encubierto y, en segundo, que existe una voluntad de evitar que sea alcanzado por parte de quien lo ha restringido. Anhelamos vivir en la verdad, recuperar los asideros, y ello es imposible si no logramos responder al vaciamiento premeditado y dotarnos de un sentido verdadero. Piénsese, por ejemplo, en una palabra, sacrificio, que hoy sería sencillo encontrar siendo sinónima de un abnegado acto de renuncia; lejos de ello, sacrificar es lograr que algo sea sagrado (sacro facere), un acto puro de amor. 

Rainer Maria Rilke diría más, ya que entendió el amor de una forma insuperablemente bella: “Una ocasión sublime para que madure el individuo, para que llegue a ser algo en su interior, para que se transforme en mundo, y se transforme en mundo para sí mismo por amor a otro”. El poeta praguense decía a su amigo Franz Xaver Kappus que solo escribiera versos si una necesidad imperiosa le empujaba a ello; únicamente si sentía que, de no escribir, moriría. Por ello Cartas a un joven poeta es uno de los mayores ejercicios de verdad que ha visto el último siglo y uno de los que más admiración ha despertado en quien escribe.

He ahí la pasión de Lledó, la aletheía de Heidegger, el entusiasmo de Kierkegaard y el sacrificio (ahora sí, en su sentido real) de Rolland: el amor y la verdad devienen sagradas en la prosa de Rilke. Él nos invita no a salir del mundo, sino a edificar uno del que Céline no intentara huir; nos llama a invertir el curso de los tiempos y a des-celar en nosotros la luz del sentido verdadero de la existencia.