"A la dulce luz del amor, reconocí o creí deber reconocer, que quizá el hombre interior sea el único que en verdad existe." Robert Walser

martes, 2 de octubre de 2012

Discursos de cine* (I)



            Hace unos meses esperaba en la fila de las taquillas de un multicine cuando apareció, por casualidad, una conocida de la pareja que tenía delante. Después de una breve conversación ella les preguntó qué iban a ver, a lo que ellos la contestaron que aún no lo sabían. Recuerdo que esta circunstancia me sorprendió tanto que desde entonces recurro a ella para reflexionar sobre los usos que hoy hacemos del cine.

Sobre este asunto leo con indignación “Cultura mainstream. Cómo nacen los fenómenos de masas”, una investigación de Frédéric Martel donde se narra el nacimiento del fenómeno multicines, originario de Estados Unidos y extendido posteriormente a buena parte del resto del mundo industrializado. La mayoría de cines ya no están en las ciudades sino en los centros comerciales de la periferia urbana, los cines ya no tienen una pantalla sino al menos una decena y las películas que allí se proyectan vienen acompañadas de palomitas y refrescos; refrescos, por cierto, de la marca que tenga un acuerdo de venta en exclusiva con la cadena de multicines en cuestión. Independientemente de la subrepticia transmisión de mensajes y valores que integra cada filme, de cara al espectador el cine debe tener un alto componente de entretenimiento, condición que se inserta en una tendencia muy moderna que desprecia aquello que no sea dinámico y envasado al vacío; algo que, por otro lado, es seguramente lo que iba buscando la pareja de la que hablaba al principio. Una consecuencia inmediata es la producción en masa de un cine banal, vacío y de consumo rápido, que suele ser el que mejores resultados da en taquilla; y, en un mundo donde el éxito se mide en beneficios, la financiación se dirige a los taquillazos de más baja estofa. 

Así pues, el cine, como el resto de las artes, es parte de la mercantilización, y lo es hasta tal punto que el público mayoritario ya no ve cine, sino películas. La diferencia es crucial, ya que éstas carecen de la profundidad que posee el primero y exigen un esfuerzo mucho menor al espectador. Una película es, recurriendo a un ejemplo reciente, Magic Mike; y rodar una historia así no es hacer cine. Éste, por el contrario, requiere de un interés mayor por parte de la persona que se acerca a él, además de un amor por el arte idéntico al que se le supondría a un amante de la pintura y no al mero comprador de cuadros.

La industria ha alimentado el consumo de películas y, en consecuencia, ha arrinconado al cine; que, asentado definitivamente como cultura de masas, ha pasado a formar parte del espectáculo y de la representación masiva. El entretenimiento efímero y banal se convierte de forma instantánea en un clásico de cartelera; y a él, al entretenimiento, se destinan los ‘blockbuster’ que se estrenan cada fin de semana. Sin embargo, de la misma manera, existen personas que huyen de una motivación tan sencilla y buscan algo más en el celuloide. Por eso, llegados a este punto, ¿por qué invertimos una porción de nuestro tiempo en sentarnos a ver la proyección de una cinta?


* El título de esta entrada que presentaré en dos partes hace referencia a la sección que el compañero Víctor Martín Gómez dedica al análisis político del cine en su página web: www.otravueltadetuerca.net

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