Allegados de Josep Pla (1987-1981) cuentan que, hacia el final del Franquismo, cuando se le preguntaba por un
eventual advenimiento de la democracia, el escritor catalán reaccionaba
soliviantado frente a lo que prácticamente consideraba una ofensa: “¿Qué se creen, el poder para el pueblo? ¡Sólo faltaba que el pueblo
tuviera poder!”[1]
El discurso del de Palafrugell entronca, doscientos años mediante, con el del
primer gran teórico del elitismo: Edmund Burke (1729-1797). El pensador dublinés,
dirigiéndose a los electores de Bristol en 1774, explicaba:
“Es su deber [el de los representantes] sacrificar su propio descanso, su bienestar y sus placeres a los de ellos
[los
representados]; y sobre todo, siempre y en toda
ocasión, ha de anteponer los intereses de ellos a los suyos propios. Ahora
bien, ni su criterio imparcial, ni su experimentado juicio y conciencia
perspicaz debe sacrificarlos ante vosotros, ni ante persona ni grupo alguno.
Estos atributos no dependen de vuestra satisfacción, ni de la ley ni de la
constitución. Son una concesión de la Providencia , por cuyo abuso deberá rendir
cumplida cuenta”[2].
Confirmaba poco menos que el voto
había sido un requisito prescindible y, al apelar al “experimentado juicio y
conciencia perspicaz” de los representantes, sentaba la base de lo que décadas
más tarde sería dado a conocer como ‘las teorías elitistas de la democracia’.
El catedrático de Filosofía de Derecho Ignacio Sánchez Cámara expone que las
mismas “afirman la existencia de minorías especialmente aptas o cualificadas”[3]
para ejercer la representación, una aseveración que únicamente adolece de la
apelación a Dios para pasar por obra de Burke.
Otro autor, heredero heterodoxo de Edmund Burke, fue James Madison (1751-1836). Hanna Pitkin, quien en su tesis doctoral estudió con hondura la representación bajo la supervisión de Sheldon Wolin y John Schaar (1928-2011), atribuía a los autores de El Federalista (entre ellos el que fuera el cuarto presidente en la historia de los Estados Unidos) la siguiente premisa: “Un gobierno representativo es un dispositivo que se adopta debido a la imposibilidad de reunir a grandes cantidades de gente en un solo lugar”[4]. Ello suponía una nueva piedra en el camino de la construcción teórica del elitismo.
Otro autor, heredero heterodoxo de Edmund Burke, fue James Madison (1751-1836). Hanna Pitkin, quien en su tesis doctoral estudió con hondura la representación bajo la supervisión de Sheldon Wolin y John Schaar (1928-2011), atribuía a los autores de El Federalista (entre ellos el que fuera el cuarto presidente en la historia de los Estados Unidos) la siguiente premisa: “Un gobierno representativo es un dispositivo que se adopta debido a la imposibilidad de reunir a grandes cantidades de gente en un solo lugar”[4]. Ello suponía una nueva piedra en el camino de la construcción teórica del elitismo.
A pesar de que Madison –a
diferencia de Burke– no consideraba que el representante conociera los
intereses del representado mejor que él mismo, sí planteaba que es capaz de conocer
suficientemente bien los intereses de sus votantes como para perseguirlos[5].
Dicho en otros términos, los representantes, que deben existir dada la
necesaria naturaleza del gobierno representativo, están dotados nuevamente de
“experimentado juicio y conciencia perspicaz” para interpretar los verdaderos intereses (en terminología madisoniana) de los electores:
“Los representantes serán hombres superiores y
desapasionados que deliberan sosegadamente a la luz de la razón, y rehusándose
a dar pasos a los facciosos deseos de sus electores”[6].
Los postulados del conservador
Burke y del federalista Madison no solamente demuestran que existieron autores
previos a los conocidos como ‘elitistas clásicos’[7],
los ‘elitistas democráticos’[8]
y los críticos de la sociedad de masas[9];
sino que habrían de sentar la base de los planteamientos que desarrollarían
todos ellos, a saber: la valoración positiva de las élites, la lucha por el
poder detentado por una minoría, el papel negativo atribuido a las masas o la
prevención contra los excesos de la democracia[10].
Sin embargo, no todas las voces
trabajan en la misma dirección. Así, por ejemplo, un joven profesor
universitario llamado Víctor Alonso Rocafort parte de la misma premisa que los
pensadores elitistas –“Somos radicalmente distintos.
Todos y todas”[11]–
para plantear, no obstante, todo lo contrario: “En democracia
corresponde a la ciudadanía discutir las leyes, deliberar conjuntamente sobre
ellas y decidir”[12].
Donde aquéllos sugieren
delegar en “los menos” (como diría Ignacio Sánchez
Cámara) las cuestiones que atañen a la política, otros proponen profundizar en
los mecanismos democráticos. Ambas corrientes de pensamiento, tanto la de los
elitistas como la de Alonso Rocafort, forman parte de un enconado debate en
torno al modo de establecer quiénes ostentan la facultad de dirigir el Gobierno
de los ciudadanos: aquélla restringida y selecta, ésta plural y abierta.
Si entendemos la soberanía como
el “poder final e ilimitado que rige, en consecuencia, la comunidad política”[13],
quizá se comprenda con mayor claridad que la discusión es una disputa en base a
dónde ubicarla. Dadas las dos opciones, hay quien prioriza a “los mejores desde el punto de vista intelectual y moral, aquéllos en
quienes el espíritu humano alcanza su plenitud”[14];
y hay quien, por el contrario, es partidario de un planteamiento normativo de
la democracia, tratando de justificar por qué un sistema político recibe tal
nombre.
Ocurre, empero, que “la permanencia o conquista del poder político por parte de un grupo
reducido que cuenta además con una posición social de privilegio por razones
culturales, familiares y, sobre todo, económicas”[15]
se define como ‘oligarquía’. Y se convendrá conmigo en que el régimen que
actualmente ostenta España está más cercano del oligárquico que de la ilusoria
“forma de gobierno donde la autoridad se ejerce por una
mayoría de los miembros de una comunidad política”[16]
denominada ‘democracia’.
Independientemente del nombre que
reciba el sistema político, resulta macabro comprobar cómo el círculo se cierra
a favor de los poderosos. En democracia la legitimación del poder procede del
voto expresado a través del juego electoral en el que la voluntad popular
escoge a sus representantes; sin embargo, ‘élite’ procede del término francés
‘élire’, cuya traducción en español es (sin casualidad) ‘elegir’, del que
deriva ‘elección’. Parafraseando al presidente Bill Clinton, es la etimología, estúpidos.
Atrapados en una democracia elitizada
que se justifica aupando a “los pocos”[17]
(aunque existan ligeras dudas acerca de su “plenitud de espíritu”) en cada
toque de corneta electoral, la alternativa es trabajar para que el poder de “los muchos”[18]
no se convierta en oclocracia, esto es, la “forma de gobierno
caracterizada por ser la masa, generalmente inculta la que ostenta y ejerce el
poder político”[19].
Un régimen, por tanto, donde el pueblo, para disgusto del bueno de Josep Pla,
ostentara una soberanía consciente y responsable.
Todo lo anterior podría
complejizarse si se advierte que, según plantean autores de la talla de Hannah Arendt o Javier Roiz, somos “seres sin soberanía; incapaces de
gobernarnos a nosotros mismos; en una palabra, personas sin el autogobierno de
la conciencia”[20].
Pero ésta, la de la soberanía individual, es otra historia.
[1] Imprescindibles – Josep Pla; Radio Televisión Española; 22 de abril
de 2011; min: 50:43-50:47. En línea: http://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-josep-pla/1081189/
(Última visita 16 de noviembre de 2013).
[2] BURKE, Edmund: Revolución y descontento. Selección de escritos políticos; CEPC; Madrid; 2008; p. 90. En
línea: http://constitucionweb.blogspot.com.es/2010/12/discurso-los-electores-de-bristol.html
(Última visita 16 de noviembre de 2013).
[3] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio:
“Minorías selectas, liberalismo y democracia”. En línea: http://www.cuentayrazon.org/revista/pdf/026/Num026_005.pdf
(Última visita 16 de noviembre de 2013).
[4] PITKIN, Hanna: El concepto de representación; CEPC;
Madrid; 1985; p. 212.
[5] Ibídem; pp. 218-219.
[6] Ibídem; pp. 214-215.
[7]
Vilfredo Pareto (1848-1923), Gaetano Mosca (1858-1941) y Robert Michels
(1876-1936).
[8]
Joseph Schumpeter (1883-1950), Giovanni Sartori, Max Weber (1864-1920), John
Plamenatz (1912-1975) y William Kornhauser (1915-2001).
[9] David Riesman (1909-2002), José
Ortega y Gasset (1883-1955), Max Scheler (1874-1928) y Karl Mannheim
(1893-1947).
[10] La ‘tiranía de la mayoría’ que
tanto temía James Madison, por ejemplo.
[11] ALONSO ROCAFORT, Víctor:
“Disciplina, democracia y partidos”; Eldiario.es; 15 de noviembre de 2013. En
línea http://www.eldiario.es/zonacritica/Disciplina-democracia-partidos_6_195690440.html
(Última visita 16 de noviembre de 2013).
[12] ALONSO ROCAFORT, Víctor: “Expertos,
objetividad y odio a la democracia”; Eldiario.es; 9 de junio de 2013. En línea:
http://www.eldiario.es/zonacritica/Expertos-objetividad-odio-democracia_6_139346083.html
(Última visita 16 de noviembre de 2013).
[13] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales de Ciencia política;
Alianza Editorial; Madrid; 1998; p. 118.
[14] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio:
“Minorías selectas, liberalismo y…” Op.
Cit; p. 3.
[15] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales… Op. Cit; p. 84.
[16] Ibídem; p. 34.
[17] SÁNCHEZ CÁMARA, Ignacio: “Minorías selectas,
liberalismo y…” Op. Cit; p. 1.
[18] Ibídem.
[19] MOLINA, Ignacio: Conceptos fundamentales… Op. Cit; p. 84.
[20] ROIZ, Javier: El mundo interno y la política; Plaza y
Valdés; 2013; p. 284.
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