Josep Pla falleció el Día del Libro de 1981. No es de extrañar que la Providencia eligiera un 23 de abril para un hombre cuyos escritos ocupan en torno a cuarenta volúmenes y más de veinticinco mil páginas. El 8 de marzo de 1918, día de su veintiún cumpleaños, inició la redacción de tan magna obra con un dietario al que tituló El cuaderno gris, una crónica que se prolongó hasta el 15 de noviembre de 1919, fecha en que marchó a París como corresponsal de La Publicidad. Escrito originalmente en catalán, el libro vio la luz décadas después, en 1966, cuando Pla ya era un reconocido hombre de letras. No tardó en traducirse a numerosos idiomas (alemán, portugués o francés, entre otros), pero recientemente ha sido adaptado al inglés y en Nueva York hablan de "revelación".
No hay un solo párrafo anodino en
las 841 páginas de las que consta la excelente edición que elaboró Destino
en 2012, pulida de errores y faltas. Allí no hay historia ni personajes ficticios; se
trata de la peripecia de un joven de Palafrugell que llega al periodismo disgustado
con el Derecho. Sin embargo, afirmar esto es apenas decir nada: El cuaderno gris es uno de tantos
ejemplos en los que el qué se pliega
al cómo.
El autor reflexiona sentado, sagaz observador del mundo; mientras que el lector
lee paseando, mecido por la prosa fina y elocuente de Pla. Su ingenio reverdece la mirada, incluso en domingo –lástima no haber alargado
su lectura hasta ese domingo de treinta y un días que es agosto–. Ha estado conmigo ocho
meses, de diciembre a julio, es decir, durante las cuatro estaciones, y siempre
ha dado la sensación de ser primavera, una guirnalda de mayo.
Inevitablemente, ha de leerse
despacio; por su condición de dietario, por su dilatada extensión y porque el
grafómano ampurdanés se detiene y piensa, para y siente, obligando al lector a
realizar un ejercicio en contra del signo de los tiempos. Hacia el final de su
vida, concedió una entrevista para el programa de TVE A fondo en la que
afirmó: “Soy partidario del regreso”. Seis décadas separaban el
libro y su única aparición en televisión, sin embargo, el escritor mantenía
intacta una noción esencial: el balance, el recuerdo, el pasado, no son viables
si no se regresa.
Los años entornaron los grandes
ojos pardos que Pla lució en su juventud y fueron rasgándose hasta que, ya
anciano, el brillo y la picardía mantenían intacta la viveza de un rostro
octogenario. En su encuentro con Joaquín Soler Serrano en 1977 su mirada ya relucía
así. La naturaleza le dotó de un filtro propio (a él, que había reconocido la
personalidad de los grandes hombres del siglo en su mirada distintiva), de dos
finas ventanas con las que describió la vida de forma original y honesta: "El secreto de la felicidad es no envidiar nunca nada a nadie". Gracias, maestro.
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