“No es un encuentro real,
sino una mirada instintiva”[1]
Wystan Hugh Auden
Introducción
El verso y la política han ido de
la mano desde las escrituras de Homero, es decir, caminan unidas desde el
origen de la civilización occidental. Schiller, Neruda, Goethe, Dante, Brecht,
Pound, Whitman o Pasolini formaron parte de una tradición integradora, capaz de
enriquecer con versos el pensamiento político, y viceversa, como muestra el
título de la obra del filósofo alemán Martin Heidegger, El pensador como poeta. Durante la primera mitad del siglo XX, el
auge de dos ideologías originalmente enfrentadas, el socialismo y el fascismo,
generó una toma de posición por parte de la población, incluidos los literatos,
que en numerosas ocasiones los situó en bandos opuestos; un suceso reproducido
entre los teóricos de la política.
Hannah Arendt (1906-1975), una
alemana de origen judío, perteneció a la élite del segundo grupo. Ella y su
marido, Heinrich Blücher, llegaron a Estados Unidos en mayo de 1941 después de
escapar del campo de internamiento de Gurs, en Francia, país que los había
acogido durante ocho años. El hostigamiento del nazismo provocó un éxodo de
Alemania cuya magnitud fue sobradamente superada por el masivo rechazo y la indignación
intelectual y humana que despertaron sus crímenes. Arendt lo denominó ‘el shock
de la realidad’, asumió la imposibilidad de ser mera espectadora y recondujo
hacia la política una carrera que hasta entonces se había centrado en la
filosofía y la teología.
Fernando Pessoa (1888-1935) no
encontró dichas dificultades. Nacido en Lisboa, su infancia transcurrió a medio
camino entre la capital portuguesa y Durban, Sudáfrica, ciudad donde su
padrastro era cónsul. Con diecisiete años decidió establecerse de forma
definitiva en Lisboa para consagrar su vida a una producción literaria que
comenzó a fraguarse en su niñez. Pessoa edificó una carrera basada en los
heterónimos (y, de forma ocasional, en el ortónimo), por medio de los cuales
creó personajes con biografías propias que firmaron sus escritos. A pesar de
que el escritor no conoció el éxito en vida, hoy se le valora como “una de las
personalidades literarias más monstruosas del siglo XX”[2]
y, al fin, como uno de los baluartes de la lengua portuguesa.
Los dos representan un capítulo reciente
en la relación que une a la literatura y al pensamiento, a la poesía y a la
política, con una novedad de gran valor: la teoría de Arendt, ajena a los
corpus ideológicos de la época y deudora del legado griego y romano, constituye
la antítesis de numerosas reflexiones escritas por Pessoa en su obra más
distinguida, el Libro del desasosiego,
dotada a su vez de profundas disertaciones políticas. Por ello, con el fin de
contribuir al debate inacabable en torno a lo político y mostrar de nuevo cuán fina es
la línea que separa la teoría y la literatura, se enfrentan aquí los planteamientos
de Hannah Arendt con los de Fernando Pessoa.
Encuentros
Arendt y Pessoa compartieron un
suceso trágico en sus primeros años: la muerte prematura de sus padres. Paul
Arendt falleció de sífilis cuando su hija contaba siete; mientras que Joaquim
de Seabra Pessoa, víctima de la tuberculosis, dejó una viuda y dos hijos[3]
en el momento en que Fernando apenas había llegado al lustro[4].
La orfandad no impidió que los
dos fueran alumnos excelsos. Pessoa, formado en una educación bilingüe (inglés
y portugués), fue consecutivamente uno de los primeros estudiantes de su
promoción en Sudáfrica y, de regreso a Lisboa, leía con soltura a Hegel y a
Kant antes de llegar a la veintena. Precisamente, el filósofo de Königsberg fue
una de las lecturas favoritas de Arendt, quien con 14 años se inició en su
obra. Su precoz intelecto se vio afortunadamente orientado gracias a las clases
de Heidegger en la Universidad de Marburgo y a la presencia posterior de Karl Jaspers, director de su tesis doctoral, El
concepto de amor en San Agustín, publicada en Berlín en 1929.
De otro lado, Arendt escribió
poemas durante gran parte de su vida, desde los versos melancólicos y oscuros
de su adolescencia a los más maduros de sus inicios como pensadora de
referencia, a principios de los años cincuenta[5].
El escritor luso, por su parte, dedicó notables esfuerzos a escribir ensayos,
no sólo de literatura (portuguesa, principalmente), sino sobre cuestiones de
índole política o sociológica, la mayoría de los cuales salieron a la luz de
forma póstuma[6].
Ambos autores coincidieron además en el
gusto por la literatura clásica griega y en su desmarque de la filosofía. Un
jovencísimo Pessoa reconocía en sus Diarios:
“Soy un poeta impulsado por la filosofía, no un filósofo con cualidades
poéticas”[7].
Arendt, sosteniendo el nivel de rotundidad, afirmó en una entrevista de 1964
con el periodista Günter Gaus: “No
soy filósofa. Mi profesión –si puede ser llamada así– es la teoría política”[8].
El descubrimiento fue temprano en ambos, ya que Arendt se desligó de la
filosofía con la ascensión del nazismo y Pessoa lo declaró durante sus estudios
en Lisboa, la primera frente a una obligación histórica y el segundo ante una
certeza personal.
Finalmente, tanto Hannah Arendt como Fernando
Pessoa perdieron la vida a mano de sus respectivos excesos. La ciudad de Lisboa
había presenciado las frecuentes borracheras nocturnas de Pessoa, asiduo reconocido al aguardiente, hasta que la noche del 27 de noviembre de 1935
ingresó en el hospital de São Luis de los Franceses con un cólico hepático.
Falleció tres días más tarde; lo último que pidió fueron sus gafas y sus
últimas palabras, en inglés, fueron: “I know not what tomorrow will bring” (‘No
sé lo que traerá el mañana’). Arendt, a quien resulta difícil recordar sin un
cigarrillo entre los dedos, se había reunido con amigos en su casa de Nueva
York el 4 de diciembre de 1975. Murió durante la velada de un ataque al corazón
y dejó inconcluso su escrito sobre el juicio, el último capítulo de su obra La vida del espíritu. Él había cumplido
47 años; ella, 69.
Desencuentros
En relación a lo político, los
escritos de Arendt y Pessoa divergen debido a que la primera es una pensadora sistemática
y metódica, mientras que el segundo se enfrenta a ello de forma colateral,
desde una perspectiva íntima. Quien leyera por primera vez un libro de Arendt podría
encontrarse con la dificultad de desconocer su biografía, de radical influencia
en sus ensayos, matiz ausente en Pessoa porque, en mayor o menor medida, cada
escrito suyo es autobiográfico.
Durante su trayectoria, los
heterónimos célebres de Pessoa fueron Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de
Campos, pero en el Libro del desasosiego
es Bernardo Soares quien escribe desde un modesto habitáculo situado en la Rua
dos Douradores[9].
Soares es ayudante de un contable, el patrón Vásquez, profesión que en
portugués recibe el confortante nombre de ajudante de guarda-livros, y durante
cinco centenares de páginas el lector lo ve fragmentando pensamientos,
contabilizando sensaciones. El escritor portugués se vio reflejado en su
creación con un grado semejante de fidelidad que afirmó: “Es un semi-heterónimo
porque, no siendo su personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una
simple mutilación de ella”[10].
De ahí que sea fácil inferir que el tono contemplativo y de introspección de
Soares, pauta dominante en la obra, sea la verdadera voz de Fernando Pessoa.
La contemplación es,
precisamente, uno de los objetivos de la crítica de Arendt y, en definitiva,
uno de los aspectos que determinaron su posicionamiento como autora. En su
opinión, los filósofos se habrían dedicado fundamentalmente a la vita contemplativa, de ahí que se considere
a sí misma una teórica de la política, sin aceptar siquiera la categoría
‘filosofía política’, una contradictio in
terminis para ella. En su obra de 1958, La
condición humana, Arendt reivindica la vita
activa frente a la contemplativa,
ya que aquélla representa la vida “dedicada
a los asuntos público-políticos”[11].
El carácter solitario, taciturno y reservado de Pessoa (o, si se prefiere, de
Soares) habría sido calificado a buen seguro por Arendt de apolítico.
Ello se debe a que, en el pensamiento de la autora
judía, la política se basa en la pluralidad de los hombres y no en el hombre, en singular. La incapacidad de
ponerse en común con el resto de ciudadanos en la esfera pública y su notorio
interés en los asuntos propios harían del ayudante de tenedor de libros un idiota en el sentido clásico griego, es
decir, una persona desentendida de los asuntos públicos. Sin embargo, Soares inicia
su libro con cavilaciones propias de Walt Whitman, a quien un especialista,
George Kateb, considera “un gran filósofo de la democracia (…) puede que sea el
más grande”[12]. Los
pensamientos de Pessoa aluden en repetidas ocasiones a la pluralidad de voces
que percibe dentro de sí –algo que, habida cuenta de las numerosas
personalidades a las que dio vida, no resulta extraño–, una expresión que
recuerda al celebérrimo verso “I’m large, I contain multitudes”[13]
del prestigioso poeta estadounidense:
“Y pienso si mi voz, aparentemente tan poca cosa,
no encarna la sustancia de millares de voces, el hambre de decirse de millares
de vidas, la paciencia de millones de almas, sometidas como la mía al destino
cotidiano, al sueño inútil, a la esperanza sin vestigios”[14].
¿Es posible, en virtud de sus
respectivas reflexiones, encumbrar a Whitman como adalid de la democracia y no reconocer
a Pessoa qua pensador político? En sus análisis, Arendt no atiende tanto al
régimen (siempre que sea democrático) como a que los ciudadanos posean la
posibilidad de participar y de mantener lo público, por ello la actitud de
éstos para llevarlo a cabo es igual de relevante. Aquí es donde el portugués se
aleja de las premisas que Arendt considera necesarias ya que, donde la autora
alemana parte de una mutua confianza entre diversos,
Pessoa hace gala de una misantropía tenaz.
Sin
embargo, su aversión a los demás es particular, porque viene acompañada de una
incapacidad para encontrar consuelo en la soledad (o en la solitud), de ahí que
Soares opte por refugiarse en el mundo de los sueños y del foro interno.
Arendt, por su parte, pertenece a la tradición normativa, la del ‘deber ser’, y
escribe en estilo académico sobre los horizontes políticos que, en su opinión,
contribuirían a forjar un mundo más deseable. Pessoa habla de ‘lo que es’ y, en
concreto, de sí mismo; ello no impide que, al mismo tiempo, sea consciente de
la pluralidad de sus palabras.
Según se ha visto, Hannah Arendt,
impulsada por un sentimiento de comunión con los hombres que expresó en la voz
latina amor mundi, demanda la vita activa para construir la esfera
política. Su edificio teórico se basa en la acción, en contraposición al
trabajo y la labor, las otras dos actividades que Arendt reconoce en la
Modernidad: “La actividad humana
política central es la acción”[15].
Mientras que la labor hace referencia a los cuidados del hogar o al aseo
personal y el trabajo a la fabricación, la acción es la capacidad humana de
iniciar algo en común; por tanto, la inacción sería de nuevo, en el pensamiento
de Arendt, una fuerza apolítica o antipolítica. Pareciera que Pessoa hubiera leído
dichos planteamientos para emitir un juicio en sentido contrario, literalmente:
“El soñador no es superior al
hombre activo porque el sueño sea superior a la realidad. La superioridad del
soñador consiste en que soñar es mucho más práctico que vivir, y en que el
soñador extrae de la vida un placer mucho mayor y mucho más variado que el
hombre de acción. En mejores y más directos términos, el soñador es el
verdadero hombre de acción”[16].
Se
sabe, sin embargo, que Pessoa, quien presume de cultivar “el odio a la acción
como una flor de invernadero”[17],
en su juventud, quiso actuar en pro
de la Renascença portuguesa[18],
un movimiento cultural de carácter nacionalista que surgió en el país luso
durante el primer cuarto del siglo pasado. Poco antes de morir, Pessoa escribió
una nota biográfica donde se definió como anticomunista, liberal dentro del
conservadurismo, antisocialista, partidario del sebastianismo y cristiano
gnóstico. Allí mostró, además, cierta ambigüedad entre la monarquía y la república,
un manifiesto rechazo a la Iglesia de Roma y se declaró fiel a la ‘Esencia
oculta de la Masonería’.
Arendt,
al contrario, manejó durante gran parte de su vida una ausencia de definición
ideológica acorde, por otra parte, a la crítica que en su obra dedica a las
ideologías, a las que también denomina ‘cosmovisiones’. En cierta ocasión, el
politólogo Hans Morgenthau preguntó a su compatriota y amiga por la corriente
ideológica contemporánea en que se enmarcaba, invitándola a decantarse por el
liberalismo o por el conservadurismo, a lo que Arendt respondió: “No lo sé.
Realmente no lo sé y no lo he sabido nunca. Supongo que nunca he tenido una
posición de este tipo”[19].
La habilidad de la autora de Eichmann en
Jerusalén para no posicionarse fue efectiva; con la misma soltura explicitó
a reglón seguido que nunca fue socialista ni comunista, y señaló que el
sionismo fue el único grupo al que había pertenecido.
Ideologías
a un lado, la libertad se erige como un nuevo punto de desencuentro entre
Pessoa y Arendt. En la teoría de esta última, la libertad constituye un pilar y
dedica numerosos pasajes a reflexionar sobre ella. En uno de sus ensayos más
celebrados, Sobre la revolución,
Arendt elogió la revolución americana y su Constitución por dirigirse a la
fundación de cuerpos políticos que permitieran la participación de los
ciudadanos en el gobierno. He ahí el origen de la concepción de la libertad en
Arendt, ya que, para la pensadora germana, la libertad es real en la medida en
que existe la posibilidad de administrar los asuntos comunes, de ahí que sugiera
que libertad pública y felicidad pública van unidas y que afirme: “La política
[es] el único campo donde los hombres pueden ser auténticamente libres”[20].
Sus divagaciones sobre la cuestión proceden de sus estudios sobre el
totalitarismo, época en que la política abarcaba cada uno de los aspectos de la
vida y la libertad surgía en los breves espacios en los que terminaba aquélla,
por eso Arendt reacciona contra dichos regímenes y afirma que el fin de la
política debiera ser procurar la libertad pública, que se encarna por tanto en
la libertad de acción y participación en lo público: “La raison d’être de la política es la libertad y (…) esa libertad se
experimenta sobre todo en el hacer”[21].
Pessoa,
en su construcción de un universo exclusivo, rechazó una concepción semejante.
Por el contrario, el escritor luso se reivindicó “de mejor estirpe”[22]
por haber dado de lado los asuntos públicos, conque su definición de libertad
fue planteada en términos distintos, ajena al infierno con el que el filósofo
francés Jean-Paul Sartre identificó a los demás en su pieza teatral A puerta cerrada:
“La libertad es la posibilidad de
mantenerse aislado. Eres libre si puedes apartarte de los hombres, sin que te
obligue a recurrir a ellos la falta de dinero, o la necesidad gregaria, o el
amor, o la gloria, o la curiosidad (…) Si te resulta imposible vivir solo, es
que naciste esclavo (…) Ay de ti si, habiendo nacido libre, capaz de bastarte a
ti mismo y vivir apartado, la penuria te fuerza a convivir”[23].
La
visión pessoana de la libertad procede del mismo lugar que la de Arendt. Los
dos parten de una necesidad de gobierno, sin embargo, mientras que la primera
entiende la urgencia de una administración colectiva, el segundo considera
prioritaria la individual. En Arendt, la política se inicia en la pluralidad;
en Pessoa, en la unidad (aunque él contenía
a muchos): “El gobierno del mundo empieza en nosotros mismos”[24],
aseveración de reminiscencias budistas, ya que recuerda a una de sus enseñanzas
más célebres, posteriormente recogida y difundida, entre otros, por Mahatma Gandhi: “Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo”.
Es
posible que las distintas perspectivas de Arendt y Pessoa se debieran a un
desencuentro original. Durante sus selectos seminarios en la universidad, el
joven Heidegger enseñó a sus alumnos que la acción primordial del ser humano se
orienta hacia la muerte; sin embargo, Arendt, alumna del eminente filósofo
alemán, decidió orientarla al nacimiento. Su filosofía de la natalidad (al fin, una filosofía de la vida) supuso una reacción contra una parte de la
filosofía occidental, que desde el Fedón
hasta Ser y tiempo había prestado
mayor atención al ocaso que al inicio[25]. En palabras de la propia Arendt: “Parece como si
los hombres desde Platón no hayan podido tomar en serio el hecho de haber
nacido, y sólo hayan tomado en serio el hecho de tener que morir”[26].
Aquí, la pensadora judía demuestra haber sido influida por Agustín de Hipona, especialmente por medio de su precepto “Initium ut esset homo creatus est”[27]
(‘Para que haya un inicio, el hombre fue creado’).
Contrario al memento vivere, Pessoa sigue la
tradición metafísica frente a la que se rebela Arendt. Son numerosos los fragmentos
que el poeta dedica al deceso, pero uno destaca por encima del resto, titulado Marcha fúnebre para el Rey Luis II de
Baviera, en el que el escritor luso condensa reflexiones anteriores sobre
la muerte y en el que se percibe la inquietud que sentía hacia el final:
“Por la muerte vivimos, pues sólo somos hoy porque
para el ayer morimos. Por la muerte esperamos, pues sólo podemos creer en el
mañana por nuestra confianza en la muerte de hoy (…) ¡Por la muerte morimos
cuando vivimos, porque vivir es negar la eternidad! La Muerte nos guía, la
muerte nos busca, la muerte nos acompaña. Todo lo que tenemos es muerte, es
muerte todo lo que deseamos tener”[28].
A
un nivel distinto, las diferencias entre los dos autores continúan. Un simple ejemplo
bastará; alude a la posibilidad de comprender. En su obra poética, Pessoa,
sobre todo por medio de Alberto Caeiro, difundió la idea de que resulta inútil
buscar un significado oculto en la realidad: “¿El misterio de las cosas? ¡Qué
se yo lo que es el misterio! El único misterio es que haya quien piense en el
misterio”[29],
exclamó. En su Libro del desasosiego
profundizó en el planteamiento, cultivó una idea consecutiva de la anterior y
la escribió sintetizada en el fragmento 87: “Ser hombre es saber que no se
comprende”. Por su parte, las editoriales, de forma póstuma, reunieron
documentos redactados por Arendt, quien no había escrito una autobiografía ni
un cuaderno de notas al efecto, con el fin de testimoniar su opinión sobre su
vida y su obra. Para el título eligieron una frase recurrente de Arendt,
¿adivinan? Lo que quiero es comprender.
Conclusiones
Johannah
Arendt y Fernando António Nogueira Pessoa son dos paradigmas, la primera de la
mirada exterior y el segundo de la brillantez aplicada hacia dentro; lo son aún
hoy, décadas después de sus fallecimientos, ya que sus obras perpetúan su
legado[30].
Que el cometido de Arendt fuera comprender la realidad y el de Pessoa conocerse
a sí mismo no pasa de ser una distinción nimia, ya que ambos trabajaron en la
consecución de dos metas de gran envergadura y sus logros permitieron, y
permiten, que hoy el ser humano conozca su entorno y su naturaleza con mayor
detalle.
Del
mismo modo, la condición itinerante de la pensadora alemana facilitó que
dedicara sus esfuerzos a estudiar al ciudadano del siglo XX, aquel para quien
reivindicó ‘el derecho a tener derechos’ y a quien exigió el compromiso de la
acción. Para Pessoa, sin embargo, la ciudad siempre fue más interesante que el
ciudadano, de ahí que nunca saliera de Lisboa desde su regreso de Sudáfrica[31],
de ahí que dedicara tan bellas palabras a la capital portuguesa:
“Para el viajero que llega por
mar, Lisboa, vista así de lejos, se levanta como la hermosa visión de un sueño,
elevándose hacia el intenso azul del cielo, que el sol aviva. Y las cúpulas,
los monumentos, el viejo castillo, sobresalen por encima del conjunto de casas,
como destacados pregoneros de este delicioso lugar, de esta bienaventurada
región”[32].
Quizá
se encuentre ahí, en un intenso apego a lo propio, el origen de una feliz
coincidencia entre ambos: el amor por su idioma materno. Arendt, debido a los
desafortunados sucesos de su juventud, no afirmó sentirse alemana en un sentido
nacionalista, sino germanoparlante. En la misma línea, un escritor como Pessoa,
una persona para la que el idioma es su principal herramienta, fue un devoto
del portugués, al punto de afirmar, al estilo de Miguel de Cervantes, que su
patria era la lengua portuguesa.
No
obstante, su lugar común, el mayor de ellos, es el pensamiento. Arendt denunció
la ausencia de reflexión como una de las lacras del hombre moderno –su Informe sobre la banalidad del mal es un
alegato indispensable– y enseñó a sus alumnos, como Heidegger había hecho
antes, a usar ese diálogo silencioso con uno mismo formulado por Sócrates y por Platón. Pessoa
fue uno de los grandes escritores de la era contemporánea y si consagró su
tiempo a una tarea, además de la literatura, fue al pensamiento –por cierto, en
dicha versión plantónica.
Circunstancialmente,
los dos coincidieron en pensar lo político: ella aludiendo al gobierno de todos;
él, al propio. Sin embargo, nunca llegaron a coincidir, ya que Arendt únicamente viajó a
Lisboa para tomar ipso facto un barco
hacia los Estados Unidos en 1941, seis años después de la muerte de Pessoa. Por
eso, el suyo, aquí, como dice Auden, no ha sido un encuentro real, sino una
mirada instintiva.
*El presente escrito fue presentado como material académico en la asignatura
Ciudadanía democrática del Máster oficial en Análisis Político (UCM).
[1] AUDEN, Wystan
Hugh: Poemas, Visor, Madrid , 2011, p. 27.
[2] TABUCCHI, Antonio: Un baúl lleno de gente, Huerga y Fierro, Madrid, 1997, p. 19.
[3] Cuando murió Joaquim, Maria Madalena Noriega, la
madre de Pessoa, estaba embarazada de su hermano, Jorge, quien, heredando la
frágil salud de su padre, fallecería un año después de nacer.
[4] La orfandad, aparentemente, afectó
en mayor medida a Arendt, quien en etapas posteriores de su vida pareció
encontrar una figura paterna en su maestro y amigo de por vida, el filósofo
Karl Jaspers.
[5] Véase YOUNG-BRUEHL, Elisabeth: Hannah Arendt. Una biografía, Paidós,
Barcelona, 2006.
[6] Véase PESSOA, Fernando: Crítica: ensayos, artículos y entrevistas, El Acantilado,
Barcelona, 2003.
[7] PESSOA, Fernando: Diarios, Gadir, Madrid, 2008, p. 12.
[8] ARENDT, Hannah: “¿Qué queda? Queda la lengua
materna. Conversación con Günter Gauss”, 1964, min: 01:04-01:10. En línea: https://www.youtube.com/watch?v=WDovm3A1wI4
(17 de abril de 2014).
[9] Es conveniente recordar que, según Perfecto
Cuadrado, artífice de la edición de El Acantilado, Pessoa comenzó a escribir el
libro en 1913, con veinticinco años y no lo abandonó hasta el final de sus
días.
[10] PESSOA, Fernando: Libro del desasosiego, El Acantilado, Barcelona, 2013, p. 569.
[11] ARENDT, Hannah: La condición humana, Paidós, Madrid, 2012, p. 39.
[12] KATEB, George: “Whitman y la cultura de la
democracia”, Foro Interno, número 12, 2012, p. 199.
[13] WHITMAN, Walt: Hojas de hierba, Visor, Madrid, 2006, p.197.
[14] PESSOA, Fernando: Libro del… Op. Cit, p. 21.
[15] ARENDT, Hannah: ¿Qué es la política?, Paidós, Barcelona, 2013, p. 151.
[16] PESSOA, Fernando: Libro del… Op. Cit, p. 105.
[17] Ibídem, p. 119.
[18] PESSOA, Fernando: Diarios… Op. Cit, p. 99.
[19] ARENDT, Hannah: De la historia a la acción, Paidós, Barcelona, 1995, p. 167.
[20] ARENDT, Hannah: Sobre la revolución, Alianza, Madrid, 2013, p. 181.
[21] ARENDT, Hannah: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión
política, Península, Barcelona, 1996, p. 163.
[22] PESSOA, Fernando: Libro del… Op. Cit, p. 314.
[23] Ibídem, p. 293.
[24] Ibídem, p. 286.
[25] BÁRCENA, Fernando: Hannah Arendt. Una filosofía de la natalidad, Herder, Barcelona,
2006, p. 38.
[26] ARENDT, Hannah: Diario filosófico, 1950-1973, Herder, Barcelona, 2006.
[27] Citado por Agustín Serrano de Haro en ARENDT,
Hannah: El concepto de amor en San
Agustín, Encuentro, Madrid, 2009, p. 8.
[28] PESSOA, Fernando: Libro del… Op. Cit, p. 505.
[29] PESSOA, Fernando: Corazón de nadie, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013, p. 79.
[30] De Pessoa se sigue rescatando material inédito,
mientras que las obras de Arendt están siendo editadas nuevamente y su
pensamiento viene cobrando mayor vigencia desde hace unos años a esta
parte.
[31] Únicamente se desplazó dos veces, una para
visitar Portugalete y la segunda para conocer Évora.
[32] PESSOA, Fernando: Lisboa, Gadir, Madrid, 2008, p. 19
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